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Tiempos de crisis desde Medellín y el lago de Maracaibo

La no ficción en 'Los conductos' y 'Érase una vez en Venezuela'.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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En la Cinemateca de Bogotá vi primero Los conductos (Camilo Restrepo, Colombia-Francia, 2020). Un largometraje experimental, mejor ópera prima en los Encuentros de la Berlinale 2020, libremente inspirado en una historia real —según su autor—. Se trata de una interesante película de no ficción; es decir que alterna elementos biográficos y documentales con situaciones hipotéticas o factibles de ser representadas. Fue rodada en Medellín y su reparto está encabezado por Luis Felipe Lozano, más conocido como Pinky, quien se interpreta a sí mismo en un proceso reflexivo de toma de conciencia, autoconocimiento y catarsis conducido por Restrepo.
El que se escapó y logró liberarse de la manipulación mental y moral de una oscura secta religiosa, desempeñó varios oficios transitorios en la lucha cotidiana por sobrevivir al margen de la no menos crítica sociedad urbana: jíbaro, reciclador, ‘pisto-loco’, chatarrero, fundidor, malabarista de semáforos, ladrón de cables y, temporalmente, estampador de camisetas en una tintorería dominada por el rojo (sangre) y el amarillo (fuego). “Me sentía confundido por la relación que una persona introvertida y apacible, como él, mantenía con la violencia” son palabras del autor que reside en París desde 1999.
“Para cuestionar el orden moral de la sociedad”, la cámara de Guillaume Mazloum captura objetos y figuras que responden al concepto gráfico de vías o caminos extrapolados: cables, tubos, mangueras, conexiones y redes o telarañas. Al verter su título en femenino, algo así como ‘las conductas’, asoman sinónimos de comportamientos o reglas por seguir del paria engendrado por la misma sociedad que lo abortó. Desde el adoctrinamiento moral de un gurú, identificado Padre, hasta la fuga y el proceso ininterrumpido de liberación o autodeterminación. Son ‘estrecheces’ —título en circulación—, en concordancia con el excelente afiche o diseño de dos rostros masculinos coloreados en espiral y de cabezas superpuestas.
Cuando el propio narrador revela su ignominioso deseo jamás realizado de asesinar al Padre, surge la duda entre los espectadores de suponer que semejante pasado, cruel y realista, justifique hilvanar una historia más de crimen y venganza; también, el pretexto dramático de la confesión por una víctima vuelta victimaria. Aunque tortuosos o enredados sean los caminos por seguir, son y siguen siendo conductos captados por grabaciones en video y cámaras celulares, que alternan con tomas cinematográficas filmadas en celuloide Kodak 16 mm.
Igualmente, se montó la videoinstalación meramente titulada Tele-Visión. En solo diez minutos, cuatro pantallas simultáneas ubicadas en paredes laterales, el techo y el frente de una sala oscura, sin sillas —por efectos del concepto cambiante o transformador del telespectador móvil en tiempos de pandemia—. En la “ciudad de los huecos y la corrupción”, ¿solo Medellín?, abundan redondeces como cráteres, hoyos y alcantarillas destapadas por cuanto las autoridades municipales se robaron los recursos destinados a vías públicas. Se filtran historias sorprendentes: carros tragados por desidia de las instituciones, alcalde y director del tránsito vial hundidos a 9 m de profundidad y dos auténticos payasos de otros tiempos que miden huecos —Tuerquita (Pinky) y Pernito (Desquite)—.
De su retrospectiva, menciono tres cortos experimentales realizados entre Francia y Colombia: La impresión de una guerra (2015), Cilaos (2016), o la búsqueda del padre que desaparece cuando lo encuentran, y La bouche, o “la necesidad de apaciguamiento y deseo no consumado de venganza”. Del primero: “La historia detrás de esta violencia parece tomar forma a través de una multitud de huellas”. En Los conductos: ¿por qué le dicen Desquite? Respuesta: “Porque el que se mete conmigo se jode”. Concluyo que Restrepo, siendo autor incipiente, expone su propio método dramatúrgico basado en situaciones y emociones, contextualizaciones y conclusiones.
Vi después el docudrama titulado no muy originalmente Érase una vez en Venezuela, dirigido y editado por la cineasta Anabel Rodríguez Ríos —en coproducción con Brasil, el Reino Unido y Austria—. Sus alcances documentales saltan a la vista: desde una vida cotidiana apacible y de paisajes tropicales e idílicos a la desprotección ambiental de estos últimos años. En efecto, una pequeñísima población flotante del lago de Maracaibo, llamada Congo Mirador, lucha por sobrevivir en viviendas humildes o palafitos lacustres, que evocan el nombre dado al país hermano (pequeña Venecia) cuando su vasto territorio de aguas dulces fue descubierto por los españoles hace más de quinientos años.
Se trata, así mismo, de una analogía irónica o tragicómica del microcosmos nacional venezolano sometido a la radicalización ideológica de partidarios chavistas y de la opositora Acción Democrática (Adeco); con el caso particular del abandono gubernamental hacia semejante población, que requería de una draga desde Maracaibo para no consumirse en medio del barro, la basura, las ratas y los sedimentos. Con rabia y nostalgia, exclama una de las jóvenes residentes: “El pueblo ya está perdido, en pocas palabras”.
En medio de una evidente nostalgia y del diario transcurrir de sus pobladores, parecido al estilo de vida comunitario de nuestra Ciénaga Grande o del abigarrado islote de San Bernardo, nos percatamos de la extinción progresiva de tales comunidades raizales al borde del colapso con notas bastante elocuentes de sus problemas irresueltos: pescadores artesanales que ven morir sus peces en el fango, promesas incumplidas por emisarios electoreros tras los votos de rigor y… personajes déspotas —el de la señora Támara, que se mece en su hamaca con un celular y prohíbe la entrada a su pintoresca residencia a quienes no toquen la fotografía de Chávez—.
En bellas imágenes, fotografiadas por un tal John Márquez, los cuadros naturales nos brindan el retrato humano y social de lo que era este lugar distante todavía de Caracas en los albores del siglo XXI. Hay detalles finamente ambientalistas como la observación del reconocido fenómeno maracucho de relámpagos nocturnos, sin truenos. Pero la apabullante y frustrada realidad no se puede desconocer con opiniones divididas frente al régimen en marcha, inobservancia de las autoridades bolivarianas y corrupción local; más no pocos pueblos arruinados, o fantasmas, y el éxodo masivo que nos consta desde suelo colombiano.
Mauricio Laurens
Cine al Ojo
maulaurens@yahoo.es

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