Listo es una palabra de muchos significados. Por un lado, puede referirse a estar preparado para algo, pero, por otro, haber terminado algo. El principio y el fin acobijados por una misma palabra. Estoy listo para compartir lo siguiente.
Carta de mi hija:
"Ahora más al sur, en la frontera con Ecuador. Desde la punta última de tierra colombiana se puede ver la punta primera de Ecuador, de norte a sur. Manglares sin fin, agua sin fin, cacao sin fin, zapote sin fin, sonrisas sin fin, sueños sin fin. Un paraíso ecosistémico. Un paraíso cultural. Y como todos los paraísos de nuestro país, violencia sin fin, opresión sin fin, machismo sin fin, pobreza sin fin, motosierras sin fin, coca sin fin. De la mano de los lugares más hermosos parecieran ir los actos humanos más atroces. ¿Cómo entender la vida si crecemos entre esas mescolanzas absurdas e incomprensibles? ¿Cómo diferenciar lo justo y lo injusto? ¿Cómo querer irse y querer quedarse al mismo tiempo, con la misma intensidad? Dos días y dos noches pasé debajo de las tablas de una casa. Se tomaron el pueblo. Dispararon. Mataron. Escuché a tantas mujeres gritando por su vida y la vida de sus hijos. Escuché tantos gritos acallados de un segundo a otro. Mi cuerpo temblaba. Lágrimas no paraban de rodar por mi cara, mi cuello e inundar la tierra en la que estaba acostada. No sabía si era noche o era día, si estaba haciendo frío o calor. La cortina de gritos, balas, humo y sangre me mantuvo en silencio y en aullidos y sollozos internos, que no parecían acabar. No sé si esos días fueron peores que lo que vi al poder salir de mi escondite. Por momentos mis piernas temblorosas me querían devolver a aquel lugar debajo de la casa. Para siempre. ¿Por qué no salí? ¿Por qué no corrí y grité con ellas? ¿Por qué estoy viva y ellas no? Una vez más tantos por qués sin respuesta, tantos por qués sin salida. El pecho se vuelve chiquito, el cuerpo se encoge y sigue estando allí ese laberinto sin salida. Un laberinto de cuerpos sin vida, de sangre, de llantos y cantos, de profundo sufrimiento".
Comparto esta carta, pues, como dice un amigo, "es un conmovedor y crudo relato. Demoledor". Se trata de una narración que nos lleva a esa Colombia profunda, tan lejana para nosotros los citadinos.
Mi hija tuvo que salir del país. El estrés postraumático y otras secuelas la llevaron a vivir momentos de pánico muy difíciles. Varias personas con las que trabajó fueron asesinadas.
MAURICIO POMBO