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Parir no te hace grande

Un complemento necesario en una sociedad donde una de cada 6 adolescentes ha tenido un embarazo.

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PROFESORA DE ESCRITURA CREATIVA, COLUMNISTA Y ESCRITORAActualizado:

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Cuando era joven y sin hijos estaba convencida de que no sería madre. Mientras más racionalidad le metía al tema, más me convencía. ¿Acaso el planeta no está sobresaturado de gente? ¿Vamos a seguir ignorando el cambio climático? ¿Y qué decir de la escasez de alimentos? Me ofuscaba especialmente el dictamen católico de haber venido a este planeta para casarnos y reproducirnos, así como el tono virginal –qué paradoja– con que tantas mamás se referían a su decisión de multiplicarse como si hablaran de un sacrificio magnánimo.
Entonces tenía rabia, mucha energía y demasiadas certezas. No me costaba nada espetarle a más de una madre santurrona que el verdadero sacrificio sería que dejaran de multiplicarse como vacas. Sin embargo, con el paso de los años pasaron dos cosas importantes que iban a modificar o al menos matizar mis ideas: por un lado, la vaca que habita en mí quiso un hijo. Por el otro, me enamoré de quien tenía todas las virtudes para ser un padre estupendo. Hoy soy mamá de dos niños a los que adoro y a los que tuve en plena conciencia de la responsabilidad que implicaba hacerme cargo de un par de seres humanos.
Eso sí, entrar al club de la falta de tiempo, los pezones cuarteados, las ojeras, los desvelos, las profundas alegrías y tristezas vinculadas a otro ser humano que lleva nuestro corazón en su cuerpo no me convirtió a la iglesia de las que promulgan la maternidad como un mérito para ser mejores personas. En un mundo en donde buena parte de los problemas se deben a la sobrepoblación, asumir como mujeres adultas que ser mamá es un proyecto de vida válido y de inmenso sentido existencial es tan importante como dejar de pregonar la superioridad moral de quienes tomamos esta elección. Y es que si de superioridad moral se trata, ¿no sería más generoso adoptar a uno de los tantos niños sin hogar que esperan una familia? ¿No es reparadora y necesaria la adopción por parte de una pareja de un mismo sexo que asume desde el compromiso y el afecto la crianza de una criatura, frente a la chica que queda embarazada a su pesar y que no desea ser madre? La visión estrecha y conservadora sobre la familia y la sexualidad nos ha llevado a permitir más de un caso de violencia, negligencia y abuso, en un país más concentrado en tradiciones conservadoras (con los resultados a la vista) que en las libertades individuales, las historias particulares y los sentimientos y deseos de la gente. Respetar las decisiones ajenas es tan necesario como asumir las propias sin convertirlas en verdades únicas y absolutas.
Mi hermana psiquiatra me cuenta cómo cuando trabajaba en un hospital de una zona marginal veía con frecuencia a chicas adolescentes justificar sus embarazos como una manera de “hacerse respetar”. Si su progenitora las había dominado por ser su madre, ahora ellas podrían escalar a esa misma posición y tener como subordinado a un hijo propio y, de paso, demostrar que “ahora sí eran adultas”. Ese tipo de adefesios surgen cuando las lógicas de poder entran a formar parte del sistema social basándose en enrevesadas teorías morales manchadas de creencias religiosas.
Cuando era adolescente existía el eslogan ‘fumar no te hace grande’. Hoy se me ocurre pensar en ‘parir no te hace grande’ como un complemento necesario en una sociedad donde una de cada seis adolescentes ha tenido al menos un embarazo. Si además vivimos en un país que castiga el aborto validando la concepción de la maternidad como un bien social que debe ser preservado por encima de todo, irónicamente estamos negando la importancia de la vida como un don sagrado que merece toda la voluntad, la atención y el cuidado de su entorno más próximo. Ojalá el gobierno de Gustavo Petro no descuide un tema vital en la construcción de una Colombia más pacífica, igualitaria y educada.
MELBA ESCOBAR
En Twitter: @melbaes
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