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Un mundo feliz

El pensamiento positivo castiga al empleado con azotes motivacionales para mayor productividad.

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PROFESORA DE ESCRITURA CREATIVA, COLUMNISTA Y ESCRITORAActualizado:

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Frente a las sonrisas impostadas, la euforia fuera de lugar, los carteles tipo ‘Sonríe y el mundo sonreirá contigo’, ‘Hoy es el día para ser quien siempre has querido ser’, ‘Cambia tus pensamientos y cambiará tu destino’, siento cada vez más la tiranía de la impostura, del deber ser. Al buscar “pensamiento positivo” en Google, aparecen más de dos millones de entradas. Y yo me pregunto: ¿en qué momento llegamos a este consenso donde estamos todos de acuerdo en que hay que sonreír como parte de una estrategia existencial?
Barbara Ehrenreich, autora de ‘Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo’, cuenta en su libro que cuando sufrió cáncer de seno se sintió abrumada por los lacitos rosa, los peluches, las velas aromáticas, las pijamas de corazones, por ese universo edulcorado donde la infantilización de la feminidad la hacía sentirse aún más ansiosa de lo que estaba. En uno de los tantos foros para “dialogar” sobre la enfermedad, compartió su sentimiento. Las respuestas que recibió variaban entre mandarla a buscar ayuda psicológica, alejar sus “malas energías” del resto o hacerle caer en cuenta de que “tu actitud no te va a ayudar en nada”. Fue entonces cuando emprendió la investigación en torno a un mercado que mueve miles de millones de dólares al año.
¿Cuál es el costo de someternos a esta fantasía colectiva? ¿Somos al menos conscientes de la herencia calvinista de una tendencia que nos impone sonrisas, no quejarnos, no hablar mal de otros, y no dejar de esforzarnos por lograr lo que queremos? Máximas como “deshazte de la gente tóxica”, “aléjate de lo que te pone mal” son solo fórmulas de la negación. ¿Y si el tóxico es un bebé llorón? ¿O nuestro hijo adolescente? ¿O si el “tóxico” o la “tóxica” tiene un punto válido, una crítica pertinente sobre nuestra forma de actuar? En lugar de ofrecer herramientas para manejar lo negativo, el pensamiento positivo nos censura su reconocimiento, ni hablar de su aceptación, confrontación o capacidades para lidiar con la dificultad o el sufrimiento.
En su libro ‘El psicoanálisis de los cuentos de hadas’, Bruno Bettelheim habla sobre la importancia de los cuentos como parte de la comprensión infantil del dolor, el miedo, la ira, la pérdida y el desamparo. Historias como ‘Cenicienta’, ‘Blanca Nieves’ o la ‘Bella Durmiente’ sitúan la maldad, el peligro y el sufrimiento dentro del entorno cercano, en casa o cerca de ella, no en la otredad que plantea el mundo en blanco y negro de los héroes y villanos de Marvel. Sin embargo, la tiranía del pensamiento positivo induce a limar las asperezas del relato, a omitir las partes dramáticas, a erradicar los males necesarios en la transformación de los personajes. Queremos un mundo feliz, un final feliz, sin resentimientos, odios, miedos ni crueldades.
¿Será verdad que podemos hacerlo sin consecuencias? ¿Cuánto tiempo podemos echar la basura debajo de la alfombra antes de que esta comience a intoxicar el ambiente? De acuerdo con esta filosofía, si no consigues trabajo es porque no te has esforzado lo suficiente. Si no adelgazas es porque te falta voluntad. Si no eres feliz es porque no pones de tu parte. Si estás enfermo es porque no mejoras tu actitud para sanar. Y un largo etcétera que equivale a culpar a la víctima de su desgracia.
Si bien a millones de personas la psicología positiva parece darles buenos resultados, estamos hablando de una rica industria que también ha sido por años un mecanismo de control de los trabajadores. El pensamiento positivo, como el látigo del latifundista, castiga al empleado con azotes motivacionales para optimizar su productividad. Es indudable que todos queremos ser felices, pero esto debería ocurrir en tierra firme, en la realidad que está hecha de luces y sombras, no en una artificiosa fantasía colectiva que tarde o temprano termina por probarse engañosa como un espejismo.
MELBA ESCOBAR
En Twitter: @melbaes

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