Dice la canción de Paco Ibáñez: “Érase una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos. Había también, un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado”. La letra reafirma que, como seres humanos, creamos estereotipos, y que esa es la forma como buscamos entender el mundo. Al final, si los estereotipos existen es porque a menudo son un reflejo verídico de un tipo de personaje o situación. Y, sin embargo, qué urgente es recordar cada día que no en todos los casos son un acierto. O, para decirlo con la letra de Ibáñez y Goytisolo, que también hay brujas hermosas, piratas honrados y príncipes malos.
Cuando las verdades únicas se instalan, se cierran al diálogo con todo aquel que piensa diferente. Es así como nacen los guetos y los conjuntos cerrados, con sus muros, cámaras y alambres electrificados.
Y es dentro de ese espectro de burbujas ideológicas, atrincheradas y armadas como barras bravas, en el que se mueve la política binaria en América Latina, su supuesta división entre izquierda y derecha, el efecto péndulo cuando el fracaso del uno impulsa al contrario que a su vez fracasará para impulsar al opuesto, ‘ad infinitum’.
Gastamos demasiado tiempo y energía en defender a nuestro bando y atacar al contrario, y luego ya no tenemos cabeza, serenidad ni fuerzas para lo verdaderamente importante: encontrar soluciones estructurales para nuestros problemas. Hacer una veeduría ciudadana consciente y responsable, en lugar de estar atizando el fuego de las redes sociales, quizá ayudaría a nuestros gobernantes y precandidatos a concentrarse también en gobernar o bien en hacer propuestas de gobierno, en lugar de estar, los unos y los otros, rindiendo explicaciones innecesarias, prometiendo milagros o difamando a sus contrincantes.
La izquierda, que desde siempre se ha arrogado el crédito de ser moralmente superior a la derecha, ha caído en las últimas décadas en los mismos abusos que antes criticaba. Censura a la prensa, corrupción, perpetuación en el poder son fenómenos que hemos visto una y otra vez, en mayor o menor medida, en Nicaragua, Argentina, Venezuela, Ecuador, Brasil o Bolivia.
¿Se convirtió la izquierda en el cordero maltratador de la canción? ¿O siempre estuvo, como en la condición humana, la alternativa de caer en los mismos desmadres de la derecha, pero no quisieron verlo sus líderes y menos aún sus seguidores?
La falta de sentido crítico de la izquierda, su constante negación frente a los errores cometidos en el pasado no solo no contribuyen a que como ciudadanos veamos sus propuestas como alternativas viables, sino que desmoronan la ya golpeada credibilidad que generan.
Para el caso de Colombia, es lamentable que un país democrático no haya tenido, hasta ahora, un gobierno nacional de izquierda. Me sumo a quienes encuentran en la predominación de una derecha conservadora en el poder, aliada a sectores reaccionarios, militares y evangélicos, una desgracia para un país que no ha sabido romper la espiral de la guerra y la desigualdad.
Y, al mismo tiempo, no tengo claro que la izquierda represente una mejor opción. ¿Cómo, entonces, construir una expresión política para los problemas sociales de un país al que le urge comenzar a resolverlos? ¿Cómo establecer algo que vaya más allá de la democracia pero que, en lugar de destruirla, la fortifique? ¿Cómo romper la tensión entre nacionalismo y populismo para dar un paso más allá hacia las verdaderas transformaciones que necesitamos?
La izquierda que causó la ilusión de una región entera hace más de medio siglo ya no existe. Es hora de formular una renovación tanto en el discurso como en el ejercicio político de una ideología cuyo espíritu inicial estuvo fundamentado en la igualdad, pero que, por desgracia, en América Latina ha dado múltiples ejemplos de incumplir su promesa.
MELBA ESCOBAR