Muchas personas cuya opinión respeto han criticado la respuesta israelí al ataque de Hamás del 7 de octubre por no ser “proporcional”. Debo reconocer que no entiendo qué quieren decir. Ninguno nos ha hecho el favor de explicar qué respuesta considerarían “proporcional”. Es que en esta situación no sé cómo calcular proporciones. ¿Cómo se debe responder al asesinato de 1.400 civiles con una sevicia que nos remonta a Atila y los hunos?
La proporcionalidad es un término de las matemáticas, y se trata de una relación constante entre diferentes magnitudes. Se aplica en la vida diaria: si uno tiene una receta para cinco personas e invita a quince, tiene que multiplicar por tres los ingredientes.
Me produce repulsión tener que recordar que hubo bebés decapitados, padres e hijos amarrados e incinerados, 270 asistentes a un concierto masacrados y 228 secuestrados, entre ellos 30 niños, el menor de nueve meses. ¿Qué es proporcional a eso? Tengo claro también que el factor de proporcionalidad sería arbitrariamente aplicado, por un lado y por el otro, mientras que las víctimas duelen lo mismo, y terriblemente, en los dos.
Sé que existe en jurisprudencia algo que llaman ‘principio de proporcionalidad’ y que previene castigos desmedidos. En Estados Unidos, por ese principio, hay asesinos múltiples condenados a 15 o más penas de prisión perpetua.
El principio de proporcionalidad tiene sus raíces en la primera norma escrita que tenemos: el Código de Hammurabi. Es una proporción simple: ojo por ojo, diente por diente, la ley del talión. Pasó a códigos posteriores; la Biblia y el Corán la incluyen. Pero han sucedido cosas desde entonces y yo imagino que mis amigos no se refieren a esa proporción. La proporcionalidad per se no justifica nada.
Yo diría que deberíamos estar produciendo propuestas de paz, que satisfagan parcialmente a todos los involucrados y que les aseguren tranquilidad.
Entonces, ¿de qué debíamos hablar si ‘proporcionalidad’ es un término tan oscuro y tan ofensivo a la razón? Yo diría que deberíamos estar produciendo propuestas de paz, que satisfagan parcialmente a todos los involucrados y que les aseguren tranquilidad, bienestar y libertad.
A muchos les puede parecer un imposible. No lo creo, yo viví desde adentro una situación relativamente similar, la guerra de Yom Kipur. También hubo un ataque sorpresivo (aunque militar y por dos países). Entonces viví la experiencia extraordinaria de un pueblo cambiando radicalmente de opinión en un instante. El presidente egipcio Anwar El Sadat era visto en Israel como el enemigo número uno por haber organizado el ataque. Pero bastó con que manifestara su voluntad de paz, y la ratificara con la decisión de hablar ante el Parlamento israelí en Jerusalén, para que se convirtiera en el más querido de los personajes. Pude ver con sorpresa (de la buena) a miles de israelíes con banderas egipcias vitoreando a Sadat en su camino a la Kneset.
Se firmó la paz y va a cumplir 50 años. Poco después, Sadat fue asesinado en venganza. Lo mató un árabe fanático religioso. También Itzhak Rabin fue asesinado para suspender sus conversaciones de paz, y su asesino fue un judío fanático religioso. Los dos asesinos pertenecen al mismo partido que Hamás; el que sabotea la paz. Los dos líderes eran del partido contrario, el de la paz.
Tal vez los científicos políticos puedan dejar de ver la división entre los de Kefiah y los de Kipá, y estudiar la división entre los que quieren la paz en las dos naciones, los hay por millones, me consta, y los que la sabotean.
Hay un tercer partido que me parece deleznable. Ese de las redes y las manifestaciones en grandes ciudades y universidades, a veces también desde oficinas gubernamentales, pidiendo más víctimas y reclamando legitimidad para fundamentalismos ciegos. Es la estupidez en su máxima dimensión: esforzándose para que suceda la violencia que, en su discurso, rechazan.
MOISÉS WASSERMAN