El presidente Petro debe haber lamentado, o al menos registrado, el cómo ganar unas elecciones con promesas imposibles. Compromisos sin análisis ni viabilidad en el tozudo mundo de las realidades pasan, y pronto, duras cuentas de cobro y así, quizás de forma irreversible, Petro está en la posición más débil de un presidente colombiano luego de una indefensible cadena de desaciertos, que no los causaron una pandemia, su gabinete, un tsunami ni una dudosa financiación, aunque sobre esto haya serias dudas.
Los causa una visión del Estado, de arengas hacia "la calle", nombramientos, acciones y omisiones tejidas en una cadena de eslabones invisibles, que lo pusieron ahí y que son inocultables, como la deuda país, que pasó del 53 al 60 % del PIB; el déficit, del -4,3 % al -6,8 %, o los drásticos recortes para áreas críticas del diario vivir, tanto como a pilares del desarrollo, como el gas y la energía.
En paralelo, una tolerancia inexplicable y estéril hacia grupos violentos que expandieron su control territorial, sembrados ilícitos que aterrorizan y desplazan población inerme, bajo la mirada adolorida de unas FF. MM. maniatadas por esos eslabones invisibles.
No hay que ser Pitágoras para entender que el gobierno del cambio es una nave al garete, que el capitán no tiene mapa de ruta y que los segundos a bordo no se toleran.
El más claro símbolo de la firmeza de, por ejemplo, el Eln, se lee en Semana, en que Antonio García, tranquilo, sólido y sereno, le habla claro al 'Pre' cuando señala que este "pretendía manipular la realidad por medio del manejo mediático", pasa a que el cuerpo de la 'paz total' lo pueden seguir velando, pero está tan muerto, como, anota este columnista, están vivas la miseria y desesperación en el Cauca de Francia, que atraviesa el más profundo caos de su historia.
La omisión, cepo invisible pero pertinaz como la lluvia en Macondo, es denunciada por el pueblo y en un intento por deshacer esta cadena de errores con un as político, el consejo de ministros live corona la pírrica transformación de lo obvio en evidente, materializa al fantasma que arrastra cadenas de rivalidades, descoordinación en el círculo de lictores del Presidente y un vacío de liderazgo abrumador, tanto como cínica es la frase de que él es un revolucionario, pero el Gobierno, formado por sus elegidos, obediente a sus trinos, no lo es.
"Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice" es algo que el Pre debería pensar antes de trinar, pues la patria atraviesa un doloroso segmento y una cruel ironía, porque, aunque a él le han dado hasta con el balde, hay riesgos en caerle al caído; en su fracaso va el del país. Basta recordar cómo la alegada defensa de los deportados, improvisada y trasnochada, puso a Colombia en la mira del presidente de los Estados Unidos, Potus, por sus siglas en inglés, y del magnate Musk, que ordenaron y se les obedeció, ipso facto, lo que nos salvó de una debacle.
No hay que ser Pitágoras para entender que el gobierno del cambio es una nave al garete, que el capitán no tiene mapa de ruta, los segundos a bordo no se toleran, las velas de 'paz total', salud, educación, etc., fueron arrasadas por el huracán de la realidad y al timonel que pusieron a capotear la tormenta lo van a colgar del palo mayor, motín a bordo. Ya no queda refugio, el reality del 4 de febrero mostró hasta las costuras del disfraz por dentro, por lo que al siguiente gobierno le tocará reconstruir, como en posguerra, 30 años de reversa: habrá que confirmarle a Potus que somos sus aliados en lo comercial y lo estratégico, subrayar los largos vínculos que tenemos, deshacer la descertificación, si en mala hora nos llega, y también hacer equipo con Europa para crear prosperidad, filtrarla a todos los estratos, luchar contra el narco, desincentivar la migración ilegal, pero no reteniendo a la brava ni recibiendo deportados –la deportación per se es indigna–, sino buscando que quienes quieran quedarse lo puedan hacer, forjando un país de amplias oportunidades, como lo es, de una magia indescriptible, a pesar de tanto.