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Mueren hasta los oficios
Pensaba en lo que vivimos en estos tiempos y en los trabajos que pasan al registro de la historia.

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Este, de lustrabotas o embolador, tuvo puesto fijo en los parques, como en el Santander de Bogotá. Yo, entre afecto y broma, saludaba a un querido señor con un “ilustre”, y él respondía: “Todos los días”. Este un trabajo digno que fue representado con humor del bueno por Cantinflas y Flor Silvestre, en El bolero de Raquel. Y aquí con tan divertido sarcasmo político por Heriberto de la Calle, personaje de Jaime Garzón. No digamos que el de lustrabotas esté perdiendo brillo, pero, como a varios oficios más, el modernismo lo ha golpeado.
El estilo de vida informal, en zapatillas hasta en los altos cargos, les ha corrido la butaca. Además de la situación económica, porque hoy hasta el Gobierno se está quejando del mal de los abuelos, es decir, de problemas de caja.
El mundo tecnológico facilita la vida, pero borra oficios como el de viejo cartero en bicicleta, o los laboratorios de revelado de rollos. Hoy nadie revela su rollo, ni los ministros emproblemados, que guardan silencio.
Muere también el oficio de fotógrafo social, pues ahora todo el mundo lo es con el “celu”, y peligran los cajeros humanos en los supermercados, las secretarias, o las operadoras, porque las máquinas contestan y dan citas. Pero ¿el o humano, la sonrisa, la charla, la voz de ánimo, la mirada?
Esos hechos trágicos duelen y conmueven. Pero tienen que servir para que los que desempeñan el oficio de legislar y de gobernar.
Qué trabajo ese, como el de minero. Dice su familia que se encargaba de hacer voladores. Y que últimamente estaba en la parte de la dinamita. Era la delicada labor de esta madre de una niña de 5 años, Celeste, como una luz, y de un joven de 20. Una mujer responsable, llena de coraje, que se jugaba entera por sacar a sus hijos adelante. “Su trabajo era duro, llegaba con las manos rojas, rojas... a veces sangraba y tenía los dedos llenos de curas”, dijo una tía de ella. Se fue en medio de esa explosión de luces y humo, pero de allí salió una estrella gigante, que brillará por siempre, llamada Nathaly, una madre ejemplo.
Esos hechos trágicos duelen y conmueven. Pero tienen que servir para que los que desempeñan el oficio de legislar y de gobernar, para que quienes tienen que reglamentar y prevenir lo hagan bien y se extremen medidas de seguridad industrial y laboral en estas fábricas. Pensar, por ejemplo, dónde deben ubicarse, qué vecindario, en capacitaciones, en seguros. Pensar en todos, pero especialmente en las vidas y en los daños colaterales, porque allí hubo 34 heridos.
Hay que prevenir, porque ya de hecho estamos cansados de duelos y explosiones. Pues a medida que se acaban nobles oficios surgen otros, despiadados y brutales, con otras pólvoras, como en Cauca, donde niños, madres, civiles están siendo atacados. Es ahí donde el oficio de gobernante tiene que ser resuelto, con todo el peso del Estado, en defensa de la sociedad. Urge parar a los violentos. Porque aquí, por desgracia, el oficio de más demanda está siendo el de sepulturero.
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