Están muy equivocados quienes piensan que en Colombia ocurre de todo y no pasa nada. Que las valientes denuncias de Day Vásquez, a pesar de su gravedad, cayeron en el desierto. Que por las chuzadas, por la pérdida del matute en efectivo de propiedad de la zarina de palacio, solo responderá un pobre policía. Que todo seguirá igual después de la crisis generada por las grabaciones de Benedetti y sus reveladoras manifestaciones sobre el Gobierno y la forma como se manejó financieramente la campaña presidencial en la Costa.
Dicha percepción ciudadana nace del sesgo judicial de todas estas noticias, porque la reportería se centra en la responsabilidad penal o istrativa de sus protagonistas. Es obvio que la justicia actuará al ritmo de los procedimientos legales, cuando lo más relevante para una democracia madura deben ser las consecuencias políticas y democráticas. Claro que importa conocer la identidad de quienes serán objeto de sanciones condignas, pero al mismo tiempo se requiere una versión oficial fidedigna de lo acontecido; la determinación de las cabezas oficiales que asumen responsabilidad política y las consecuencias que para cualquier gobierno deberían deparar estos bochornosos episodios.
Esta realidad facilita que el gobernante no sea cuentadante, eluda sus deberes de ‘ability’ y se abstenga de poner la cara, apelando, inclusive, a inventarse cortinas de humo. Entre nosotros, por ejemplo, a pesar de la gravedad de los hechos y el cuestionamiento recurrente al financiamiento de la campaña presidencial, el jefe del Gobierno todo lo simplifica caracterizando lo ocurrido como un “golpe blando”, pese a que el origen de los deshonrosos hechos se le imputa al entorno presidencial. ¿Un autogolpe, acaso?
Arremeter contra los medios no solo es una afrenta a la libertad de prensa, sino un insólito mecanismo para desviar la atención pública. Y lamentable la respuesta presidencial cuando se consulta si lo acontecido genera preocupaciones palaciegas: “Hombre, qué va” es la respuesta que recibe la ciudadanía.
Al margen de los escándalos y su manejo, lo cierto es que a la fecha está diluida la esperanza colectiva en la suerte de los cambios ofrecidos por la Colombia Humana y en el éxito del Gobierno. No por otra razón, las encuestas independientes señalan que la aprobación de Petro se esfumó en apenas 9 meses. Según Invamer y el Opinómetro, su desaprobación ronda el 60 %. Y el 70 % de los colombianos consideran que el país va por un mal camino. No hay que llamarse a engaños sobre esta realidad, por las manifestaciones callejeras de esta semana, que califican de multitudinarias, cuando fue notorio que el grueso de sus participantes se circunscribe a organizaciones sindicales en el poder, a trabajadores gubernamentales e, inclusive, a alumnos de colegios públicos, a quienes hicieron desfilar con uniforme.
En este contexto es predecible una debacle para la Colombia Humana, con ocasión de las elecciones regionales de octubre. Salvo una sorpresa totalmente imprevisible, en las elecciones de mitaca, el Gobierno no podrá consolidar su poder político en las regiones, tanto por su creciente desprestigio como porque la coalición con la que empezó su mandato ha explotado en mil pedazos. Adicionalmente, a esta fecha ha perdido a Roy Leonardo y a Benedetti, dos de sus operadores más hábiles para construir alianzas y poner en marcha estrategias electorales y, de otro lado, las figuras más características de la izquierda que gobierna permanecen en madrigueras para no tener que solidarizarse públicamente con los vergonzosos acontecimientos.
El desastre electoral de la Colombia Humana será el punto de partida para asegurar la alternancia en el 2026, por la forma como funciona la política en nuestro país. Los alcaldes, gobernadores, concejales y diputados movilizan desde los territorios los votos de sus simpatizantes, para las elecciones nacionales. De allí que los candidatos al Congreso y a la presidencia finquen la viabilidad de sus nombres en el apoyo de los políticos regionales.
Estamos a cuatro meses de que la democracia le pase factura a Petro por todo lo que se ha venido a conocer en las últimas semanas sobre la campaña y el talante del Gobierno. Los ciudadanos no tragan entero.
Taponazo. Y Danilo Rueda, ahí... calladito.
NÉSTOR HUMBERTO MARTÍNEZ NEIRA