No es por chicanear con mi prontuario de vagabundo, pero por estos días septembrinos cumplo 45 años de mi primer viaje a los United, como diría El Pachanga.
El primer destino fue Washington, la ciudad donde nadie es importante. Usted levanta un cenicero y se encuentra con un rey o con algún presidente pronto a inclinar la cerviz ante “los hermanos pudientes del norte” en la jerga del general Torrijos.
En ese desembarco conocí a Torrijos, “el gallo panameño pa’ jugárselo a los gringos”, como reza el vallenato de Escalona.
En esa ocasión comprobé que mi inglés es peor que el del expresidente Uribe, que habla y saltan pedazos de chicharrón en la dirección de la rosa de los vientos.
Constaté que mis manos hablan mejor inglés que yo: con ellas señalaba en la carta el plato que me quería engullir. También me sirvieron para ponerle la mano al metro, recién inaugurado.
En septiembre de 1977 conocí a un señor con cara de cultivador de maní que parecía un presidente. Era el sonriente Jimmy Carter, que firmó con el general los tratados Torrijos-Carter.
Cuando le preguntamos al general “qué sentía” ahora que iba a entrar en la historia, respondió que más que entrar en la historia quería entrar al canal de Panamá.
Con otros zapatos he contado que le debo a Carter mi libreta militar, que exigían para salir de Macondo. Como no tenía libreta, en reclutamiento del Ejército me la tramitaron en un día. Muy agradecido.
De la Casa Blanca pasamos a Blair House (# 1651), la residencia para invitados especiales que tienen los presidentes de USA. Bonita Blair House, pero tampoco como para eternizarse allí. Casa es casa.
Por primera vez viajé en el Fokker presidencial entre Washington y Nueva York y por primera vez tomamos champaña a bordo con el presidente López Michelsen, quien invitó. Nos repetiría champaña en Palacio cuando invitó al periodista Jorge Enrique Pulido a celebrar el premio EFE de periodismo que ganó por una entrevista a Carter en esa ocasión.
Por primera vez conocí una máquina dispensadora de gaseosas. Usted echa una moneda, oprime un botón, y habemus Coca-Cola. Y por primera vez me perdí en una calle de Washington. Cuando llamé a Pulido a reportar que me había perdido le expliqué que me encontraba en el cruce de one way con one way... Allí me rescataron.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO