Hay un título de Milan Kundera que adoro, y al cual le he dado vueltas en la cabeza una y otra vez desde cuando, en buena hora, se atravesó en mi camino: La vida está en otra parte. No me voy a detener en algo que dije hace ocho meses, a propósito de la muerte del escritor checo –¡muchos lo dijimos!–, pero quiero reiterar que pocos narradores me han llevado a preguntarme tantas cosas por cuenta de su obra. Y no tengo la menor duda de que prefiero las lecturas que me dejan preguntas que aquellas que pretenden ofrecerme solamente respuestas.
Más allá de la historia en sí de la novela, el título alude a esa tendencia a pensar en lo que pudo ser, más que en lo que somos y en lo que ha sido; a preguntarnos una y otra vez qué habría sido de nosotros si en lugar de haber escogido este camino –si es que es uno el que escoge y no el azar– hubiéramos elegido ese otro; a poner de presente lo que quisimos ser, y a plantearnos si aún creemos que podemos llegar a ese lugar, a esa posición, a esa condición con la que tanto soñamos y a la que muchas veces creímos que el destino nos podría llevar.
También, claro está, el título de Kundera hace alusión al inconformismo, a la idea de que se está mejor en otra tierra que en aquella que habitamos, al lamento por lo que definitivamente no fue.
Traigo a colación a Kundera y vuelvo a las cavilaciones que promueve aquel título, a propósito de una reflexión que plantea el escritor y filósofo español Santiago Alba Rico en una reciente semblanza sobre Fernando Savater publicada en el diario El País. Esto dice Alba: “Cuando uno es joven piensa a menudo en lo que querría ser de mayor; luego, cuando se es mayor se piensa, hacia atrás, en lo que a uno le hubiese gustado ser de joven”. Así, también podría decirse que “la vida está en otro momento”.
Siempre les he dejado espacios a la nostalgia y a la ilusión, a contemplar el pasado y a soñar con lo que está por venir. Pero me llama la atención profundamente esa invitación –que no está inscrita en credo religioso alguno– a vivir el presente... el hoy, el ahora, el acá.
Me parece una mejor propuesta que esa con la que nos martillaban el cerebro a quienes fuimos educados al amparo de las ideas católicas, según las cuales la vida que realmente importa viene después de esta que estamos viviendo. Sin duda, una asincronía poco conveniente.