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Otro acuerdo nacional es posible

No basta con que la democracia funcione, también hay que proponer buenas ideas.

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Celebra la oposición, y razón no le falta, el posible hundimiento de la reforma de la salud del Gobierno, cuyo accidentado paso por el Congreso halló su más reciente y quizá definitivo obstáculo en una ponencia de archivo en la Comisión Séptima del Senado. De repente se escuchan voces, quién lo creyera, exaltando la robustez de la democracia nacional y la solidez de nuestras instituciones.
Ha sido valiosísimo el trabajo de un grupo de parlamentarios y académicos que se enfrentaron con tenacidad al proyecto. Sería una explicación incompleta, sin embargo, atribuirle esta aparente revitalización democrática solo a la oposición o a los opositores a la reforma. Como observan, con justeza, ciertos analistas de izquierda, la llegada de Petro a la presidencia, independiente de que uno lo apoye o no, energizó el debate público en el país.
Un establecimiento aletargado, que no sentía mayores desafíos a su hegemonía, dedicado al drama de las pujas políticas entre ambiciones individualistas, había convertido nuestra democracia en un juego de apuestas cómodas y acotadas (con una excepción importante, la negociación con las Farc).
La irrupción del Pacto Histórico trajo propuestas más arriesgadas, incluso radicales. Estas tienen al país discutiendo asuntos irresueltos que se nos habían vuelto paisaje: las finanzas de la salud, la sostenibilidad de las pensiones, la viabilidad del modelo de desarrollo, etc. En ese sentido, es bienvenido el sacudón que le propinó el petrismo al establecimiento.
Pero no caigamos en la tentación de pensar en la democracia como un fin en sí misma y no como lo que es: un medio –tan solo el menos malo de cuantos se han ensayado– para tramitar de manera pacífica las diferencias de la sociedad. Una democracia funcional es una forma civilizada de tomar decisiones colectivas, pero no garantiza las buenas decisiones. Hugo Chávez llegó democráticamente a la presidencia de Venezuela, y a su país no le habría ido peor si lo hubiera visitado un meteorito.
No basta con celebrar que la democracia funcione ni con derrotar las malas ideas. Hay que proponer mejores ideas que las que han sido vencidas en el debate. Por eso, a quienes promueven la oposición a las reformas petristas les compete también presentar mejores reformas, que sí resuelvan, por ejemplo, los problemas bien conocidos de los sistemas de salud y pensiones. Y que sean capaces de superar el filtro del Congreso, prueba última de su eficacia democrática.
Y podrían incluso ir más allá. El Presidente, como se habrán dado cuenta, ya no habla de un “gran acuerdo nacional”. Aquella noble intención se fue diluyendo conforme su istración giraba hacia el solipsismo y la radicalización. Pero que al Gobierno ya no le interese el acuerdo no quiere decir que el resto del país deba renunciar a él; se puede avanzar sin el Ejecutivo.
Hay suficientes consensos en el Legislativo –producto, irónicamente, del rechazo que producen las ideas petristas– para diseñar un paquete conciso y constructivo de reformas. Estas gozarían del apoyo de una gama de fuerzas políticas que irían desde la oposición hasta los independientes, e incluso podrían convocar al ala sensata del oficialismo. Quizá no sería el “gran” acuerdo nacional, pero sí, en todo caso, un acuerdo nacional. Uno parcial, pero posible, que le permita al país avanzar y no perder cuatro años valiosos, como parece ser su rumbo actual.
No importa que la propuesta surja del Capitolio en vez de la Casa de Nariño: hoy por hoy, el Congreso representa mejor al país que el propio Gobierno. Y el Gobierno no tendría por qué quedarse por fuera de ese Acuerdo Nacional 2.0: estaría amablemente invitado a sumarse a él, si de verdad le importa la unidad nacional.
La pregunta es si aceptaría.
THIERRY WAYS
En X: @tways

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