A propósito de la serie Griselda lanzada por Netflix el pasado 25 de enero, que dramatiza un período de la vida de Griselda Blanco, una mujer de origen marginal que se hizo conocer como La Madrina por sus actividades de narcotráfico en la década de los 70, y de la explosión de comentarios, en su mayoría negativos en contra de Sofía Vergara por su participación como actriz principal y productora, es pertinente plantearnos diversas reflexiones.
Muchas de las personas que reaccionaron negativamente e incluso atacaron a la talentosa actriz barranquillera, que por demás hace una interpretación de aplaudir, argumentan que el país está cansado de la publicidad negativa y que deberían producirse contenidos que muestren las bondades colombianas. No sé si una polémica igual se genere en Alemania por las incontables películas y series sobre los nazis; Jojo Rabbit y Bastardos sin gloria entre las más recientes y nominadas al Óscar. O si los italianos se ofendieron con Al Pacino cuando consagró su carrera dándole vida a Michael Corleone. Sería un muy buen ejercicio escuchar las opiniones de esos mismos atacantes anónimos, sobre producciones como Los Sopranos. Según la prensa especializada, esta serie cambió la manera de hacer dramatizados en el mundo, les devolvió el estatus a los actores de televisión, y usó integrantes reales de la mafia como asesores de guión. En repetidas ocasiones y mucho más con nuestra reciente Comisión de la Verdad, hemos escuchado la frase que menciona que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Series bien logradas como Griselda, permiten no solo conocer la historia sino escarbar un poco en lo que le da origen. El narcotráfico en el país no se perpetúa porque una producción de alta calidad llegue a la pantalla, sino porque para muchas personas que comparten condiciones desfavorables de nacimiento, abusos infantiles y miseria con la protagonista, encuentran en este comercio ilegal la oportunidad de suplir sus carencias. Pero no es solo eso. Una de las escenas, a mi juicio más cuestionadoras, es la que muestra a Griselda motivando de viva voz a un grupo de inmigrantes para que permanezcan y luchen a su lado, y no solo les menciona el dinero, les habla de orgullo, de identidad, incluso de dignidad. Los hace sentirse visibilizados, importantes y les da un sentido de pertenencia que no encuentran en ningún otro círculo social, no importa si se trata de una organización al margen de la ley. Hace poco oyendo la entrevista a “El zarco” uno de los hombres cercanos a Carlos Lehder y que se encontraba con él al momento de su captura, este describió con voz entrecortada y profunda devoción, el trato de caballero que recibió de su antiguo patrón. Trato que posiblemente nadie más le ha dado. Me pregunto si esto no es el reconocimiento y la dignidad que deberíamos construir como sociedad, para que cada vez más personas opten por estar del lado de la legalidad y no perpetuando círculos criminales.
Vale la pena mirarse de nuevo como país, hacer los respectivos mea culpa y en vez de pedir más películas animadas como Encanto, contribuir a cambiar las historias que nos definen.
La legalización de las drogas también se pone sobre el tapete. Todo el conflicto narrado en los 6 capítulos de la serie, reflejan la sanguinaria carrera por dominar las rutas, abarcar los mercados y encontrar mejores maneras de llevar un producto altamente valorado por su prohibición. Desde el inicio de las civilizaciones, el hombre ha buscado los estados alterados de conciencia ya sea para encontrar respuestas y sentido a su existencia o para deleitarse y precisamente olvidarse de la misma. Es bueno recordar que hasta la década de los 60, las sustancias hoy controladas, eran legales y generaron un sinnúmero de investigaciones que relacionaban el efecto sobre el cerebro, la percepción de la realidad y la socialización e incluso fueron usadas de manera terapéutica para tratar desórdenes sicológicos, como esquizofrenia y ansiedad. La ilegalidad, muy conveniente si se tiene en cuenta que es un flujo de efectivo sin trazabilidad. Que llena las caletas de los narcos, los bolsillos de entes de control y financia los poderes de turno, solo hace mucho más deseable la sustancia y por lo mismo más vertiginosa y problemática su consecución. Además, los años ya demostraron ampliamente que la guerra contra las drogas está perdida. Es mejor que sus impuestos lleguen a las arcas de los diversos estados, incluso para disponer de recursos que permitan atender a los adictos, y no a los ríos de sangre de familias en el mundo.
Muchos en las redes piden producciones que muestran la belleza, la diversidad, las historias de superación y las innumerables virtudes del país, pero cuando estas historias, con nuevos directores, presupuestos ajustados y actores sin millones de seguidores en Instagram llegan a las pantallas, la ausencia de espectadores las condenan a salas de cine periféricas, un solo fin de semana en cartelera y menos inversionistas para realizarlas. Ni que decir de los conciertos de artistas locales, música folclórica, las obras de teatro y los diversos festivales independientes. Vale la pena mirarse de nuevo como país, hacer los respectivos mea culpa y en vez de pedir más películas animadas como Encanto, contribuir a cambiar las historias que nos definen para no tener que declarar que no se habla de Bruno, ni de Griselda.
ANA MARÍA PARRA CARVALHO
* Gerente comercial del Colegio José Max León