Lo que me dejó pensando no fue el primer puesto, sino la negación de ese liderato por parte de cientos. Millones de ciudadanos a la defensiva, millones asegurando que era un estudio sesgado, millones diciendo que era solo una percepción y que no representaba la realidad del pueblo colombiano. ¿Cómo era posible que una encuesta entre 20.000 ciudadanos globales de 73 países distintos nos dejara en el primer lugar de los países más corruptos del globo terráqueo?
A simple vista parecía una exageración: ¿cómo va ser Colombia más corrupta que Venezuela –donde la gente se muere de hambre aunque tengan las mayores reservas petroleras del planeta–, o más corrupta que Argentina –donde los Kirchner amasaron una fortuna de grandes ligas de manera repentina–, o que Brasil –donde las empresas tienen departamentos de sobornos estructurados–, o que México –donde los narcotraficantes encuentran mil maneras de meter la droga a suelo norteamericano– o que la propia Rusia –donde Putin lleva 20 años enriqueciéndose sin ningún reparo–?
Y aun así, ¿cómo pueden ver a Colombia como el más corrupto del planeta?, ¿cuáles son las razones para esa mala fama universal?, ¿qué ven desde afuera que nosotros en el país no logramos visualizar?
Así que se me ocurrió salir a las calles de Washington D. C. y entrevistar a cuanto gringo y europeo vi pasar. Diría que fueron aproximadamente unas treinta a cuarenta personas en total. A todos les hice una pregunta concreta: ¿qué saben ustedes de Colombia, en materia de corrupción y coimas?
Ninguno dijo una palabra sobre Reficar, Odebrecht, los Nule, los planes de alimentación escolar, la fuga de Aida Merlano, el ‘cartel de la toga’, la corrupción dentro del Inpec, las chuzadas ilegales, el Guavio, Interbolsa, el ‘cartel de la hemofilia’, Saludcoop, Fidupetrol, la Dirección Nacional de Estupefacientes o el carrusel de la Contratación de Bogotá. Únicamente uno de ellos mencionó al canal de Panamá.
La respuesta de todos fue unánime, muy a pesar: el narcotráfico. Así de claro como canta un gallo. Lo que hace que a los ojos del mundo seamos los más corruptos del planeta es que somos los mayores productores de cocaína de toda la tierra.
O de lo contrario: ¿cómo podemos producir 1.500 toneladas anuales de cocaína sin que nadie se percate de la logística que eso implica? ¿Comprar 15.000 toneladas al año en insumos? ¿Transportar todo eso por camiones, lanchas, aviones y submarinos? ¿Exportarlo a Europa, Australia y los Estados Unidos? ¿Todo este éxito comercial con un producto que es ilegal a nivel mundial?
Un producto que, para llegar a su destino final, muchas veces tiene que sobornar a personal de policía nacional y extranjera, ejércitos nacionales y extranjeros, gobiernos nacionales y extranjeros, empresarios nacionales y extranjeros, campesinos nacionales y extranjeros, y un larguísimo etcétera de actores a lo largo de la cadena: transportadores, controladores aéreos, guardacostas, ingenieros, abogados, banqueros, biólogos, agrónomos, alcaldes, pilotos de aviones, lavadores, sicarios, ingenieros químicos y expertos en submarinos, entre otros tantos.
Me duele en el alma como a todos ustedes, pero no podemos seguir tapando el sol con las manos. Estamos frente a una realidad que nadie puede negar: Colombia es sinónimo de cocaína y cocaína es equivalente a corrupción aquí y en la Conchinchina.
No hay ningún punto en seguirlo negando. Entre otras cosas, porque estamos en la obligación de reconocerlo y encararlo.
PAOLA OCHOA