Los estamentos de educación superior están siendo puestos a dura prueba por drásticos cambios en variables como crecimiento poblacional, desarrollos en inteligencia artificial (IA) e impacto de las pandemias. En países occidentales avanzados, se evidencia estancamiento poblacional al tenerse nacimientos inferiores a los 2,1 por mujer. Y, de no ser por el factor migratorio, ya estaría declinando su población, como viene ocurriendo en Japón.
Colombia registró una sorpresiva baja tasa de natalidad de solo 1,2 por mujer en 2024 (similar al Japón). Esto implicó nacimientos cayendo 15 % respecto a 2023. Y, entre tanto, las defunciones no natales crecieron 1,3 % anual. Así que, excluyendo el movimiento neto migrante, la población de Colombia solo creció 0,2 % en 2024 (+110.000 personas). Seguramente hoy seamos unos 50 millones (neto de migrantes) y no los 54 que proyectaba el Dane. ¡Cuánta falta hace un nuevo censo tras el añejo de 2018, que imaginaba expansiones poblacionales al 1 % anual!
Este abrupto cambio demográfico acelera la silenciosa crisis educativa. Ya se ven numerosos cierres de jardines infantiles, colegios, y la matrícula universitaria cae un 4 %. En este último caso se combinan factores de oferta, buscando mayor pertinencia laboral, y de demanda frente a cambiantes “preferencias del consumidor universitario”.
Sus directivas tienen una exigente tarea para reaccionar frente a estos factores, ojalá evitando la perniciosa complacencia. Tener éxito implicará afinar su entendimiento sobre la paradoja que enfrentan profesores responsables: ¿acaso deben seguir “bajando la vara” de la tradicional exigencia y disciplina del buen aprendizaje, como instrumentos para combatir la deserción universitaria? Pienso que es mejor ceñirse a esos principios escritos y cantados en latín que propugnaban cumplir con su misión educativa de excelencia.
A estos desafíos viene a sumarse la presión de la ‘robotización’ del aprendizaje, donde la pandemia de covid ha causado alejamiento entre profesores y estudiantes y entre estos últimos. Si bien el grueso de las universidades propugna un buen balance entre presencialidad y aprovechamiento de la IA, no está nada clara la instrumentación que asegurará buenas bases de ‘liberal arts’. Y, en paralelo, un adecuado aprestamiento para el exigente y cambiante mercado laboral. ¿Será suficiente la nueva estrategia de ir certificando habilidades antes de graduación?
Tener éxito implicará afinar su entendimiento sobre la paradoja que enfrentan profesores responsables: ¿acaso deben seguir “bajando la vara” de la tradicional exigencia y disciplina del buen aprendizaje, como instrumentos para combatir la deserción universitaria?
Lee y Qiufan (2024), ‘AI 2041’, se preguntan por el impacto laboral que arrojará el balance destreza (física y mental) vs. la sociabilidad de las tareas laborales. Y concluyen lo obvio: tareas afines a lo social (acompañamiento de ancianos o servicios ‘coaching’) seguirán creciendo en su demanda laboral, mientras tareas repetitivas tenderán a ser robotizadas por la IA. Estas últimas incluyen abundantes compilaciones de “estudios de caso” clínicos, pugnas legales y hasta análisis meta de pronósticos económicos. De esta manera, la IA nos ahorrará tiempo y ofrece mayor cobertura analítica.
Así que son válidas las crecientes preocupaciones sobre la rápida obsolescencia de carreras profesionales que hoy se plantean “los consumidores universitarios”. De allí la urgencia de acoplamientos por parte de estamentos universitarios para acompasar teoría y práctica que los adecúe a la creciente exposición al mundo de la IA.
Pero también debemos ser conscientes sobre la quimera fiscal que representa la popular idea de virar hacia la llamada “renta básica universal”, supuestamente para acomodarnos a los efectos de robotización del mercado laboral. A las universidades les compete buscar ese equilibrio entre pertinencia y madurez profesional, sin degradar la vara de la educación de buena calidad. Y los gobiernos deben promover una mejor educación vocacional, reduciendo el porcentaje de bachilleres clásicos, al tiempo que se preserva una adecuada tecnocracia para poder competir a nivel global.
SERGIO CLAVIJO