No se inquieten, el ministro que pillaron a la salida de un restaurante donde recibió un billetón no es colombiano, es de la tierra boliviana, donde murió el Che Guevara y hoy manda Evo Morales. Sentí pena al ver en la televisión al ministro-indígena preso por la policía. Llevaba 50 días en el puesto, cayó por recibir un ‘ají’ de 20.000 dólares de los buenos. Primera vez que veía dólares, y lo pillaron. El palacio presidencial de Bolivia, ante la caída del ministro, anunció: “Prometimos combatir la corrupción, venga de donde venga”. Por orden del presidente se detuvo al ministro de Agricultura cuando recibía un soborno
La noticia del ministro boliviano la escuché con tres amigas en una cafetería. Ellas, con moralismo exagerado, rajaron del ministro, lo llamaron serruchero-ladrón. Mi posición fue contraria, las invité a ponerle humanidad porque esos 20.000 dólares eran para comprar un apartamento para él, que es viudo, y sus cinco hijos. Un apartamento humilde, de 35 m², dos alcobas chiquitas y minicocina, sin comedor. Vaya diferencia: aquí, un viceministro de Obras y carreteras, ingeniero de Uniandes, recibió de Odebrecht 6 millones de dólares, 300 veces lo que recibió este ministro boliviano. La ética no tiene precio, pero sentí pena por el indígena-ministro pillado; está preso, es viudo y no pudo coronar el sueño de dormir con sus cinco hijos en un apartamento pequeño propio. Punto.
Duelo en Colombia, lloraron muchos aquí al ver viuda a la reina de Inglaterra. Le recomiendan noviazgo con el exrey Juan Carlos de Borbón, que promete alta fidelidad. Y del imperio inglés nos llegó la cepa feroz, la británica, una variante más peligrosa que un policía blanco en USA requisando a un negro. Atérrense, una amiga esnob me dijo: “Yo prefiero que me caiga la epidemia británica y no la ordinaria brasilera”. Punto.
Estoy hasta la coronilla con las discusiones sobre nuevos impuestos; mucho iluso opinando, y el país está quebrado. Mi amiga esnob, por pinchadísima, propone que Colombia le venda a Japón su zona amazónica por 200.000 millones de dólares. Seríamos riquísimos, podrían comprar 8.000 camionetas blindadas para líderes y políticos, pero “la patria no se toca”. Punto.
Y protesto: el virus sigue poderoso. Nos tiene en pánico, encerrados y con millones arruinados. Una catástrofe. Durará cinco meses más, toca aguantarlo; y si salimos vivos, a celebrarlo con ron, vallenatos, rumba y rock and roll.
Poncho Rentería