El mayor retroceso como especie pensante radica en empedrar el corazón de indiferencia hacia el análogo, con lo que este ambiente sobrelleva de inhumanidad y de riesgo permanente de deshumanizarnos. Por si fuera poca la desolación, estamos viviendo contiendas permanentes, hasta el extremo de reconocer que la violencia no cesa por doquier lugar del mundo. Ojalá se nos iluminen la mente y el corazón a todos, suscitando sentimientos de fraternidad y solidaridad. Es nuestra gran asignatura pendiente, aminorar la furia de esta fuerte marea que nos tritura el alma, cuando sabemos que el futuro se cimienta pulso a pulso, con el cuidado mutuo. ¡Protejámonos como humanidad! Es nuestro primer deber.
No permitamos que el terror nos contamine la conciencia, hundiéndonos en conductas de riesgo. Hoy más que nunca precisamos de otras capacidades públicas, que graviten alrededor de la vida y no de la muerte. El poder por el poder nos está dejando sin entrañas. Quizás precisemos hacer un alto en el camino, al menos para cambiar de ruta y lograr oírnos todos, a través de un espíritu democrático.
Pensemos en aquellos que nos darán continuidad al linaje. La inhumanidad contra ellos es manifiesta. He aquí solo algunas muestras, de recientes estadísticas globales: más de la mitad de los niños de 2 a 17 años –en total, más de mil millones– sufren alguna forma de violencia cada año. Alrededor de tres de cada cinco niños reciben castigos físicos en su hogar.
Quizás precisemos hacer un alto en el camino, al menos para cambiar de ruta y lograr oírnos todos, a través de un espíritu democrático
Una de cada cinco niñas y uno de cada siete niños son víctimas de violencia sexual. ¡Despertemos! Porque una sociedad que maltrata o aísla a sus jóvenes, corta sus amarras, disminuye sus fuerzas y está sentenciada a debilitarse.
Indudablemente, no hay mayor ofuscación que continuar en la barbarie como si no pasara nada, cuando debiera producirnos la firme decisión de rechazar el camino del fanatismo, junto con el firme deseo de combatir todo aquello que siembra odio y división.
Lo que se demanda es una especie de revolución humanitaria, donde a nadie se le considere superior, puesto que todos somos necesarios, tanto para cuidar la creación y no depredarla, como para auxiliarnos entre sí como una familia. Desde luego, el gran desafío ético que afrontan los países consiste en armonizar el desarrollo con la solidaridad, para superar el progreso deshumanizador.
VÍCTOR CORCOBA HERRERO