La solicitud de renuncia al ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, aparece por fin en el antepenúltimo párrafo de un sermón de más de 3.300 palabras y 19.900 caracteres de extensión, publicado en dos trinos en la red social X.
En la disertación, el presidente Petro incluye a los sospechosos de siempre: la oligarquía, el neoliberalismo, los banqueros, los narcos, el exministro Carrasquilla, Álvaro Uribe, Iván Duque, la “periodista candidata” Vicky Dávila, el exvicepresidente Vargas Lleras, la supuesta conjura contra el Gobierno para dar un golpe de Estado, etc.
Flotan en un sancocho entre cuyos demás ingredientes se destacan tres señores griegos: Costa-Gavras (director de cine), Yanis Varoufakis (economista) y Alexis Tsipras (ex primer ministro); el exmagistrado del CNE César Lorduy; el presidente del Senado, Efraín Cepeda; el Libertador Simón Bolívar; la infamia de los ‘falsos positivos’; la pretendida superioridad moral del M-19; y la crítica a “la codicia”, que de un tiempo acá se ha convertido en la explicación multipropósito del mandatario para los males del mundo.
A cierto tipo de petrista impresionable le priva esa facultad del Presidente de mezclar ‘todo en todas partes al mismo tiempo’, como reza el nombre de un largometraje famoso de 2022. La consideran una marca de inteligencia superior.
Pero la mezcolanza conceptual ejemplifica, en realidad, todo lo que está mal con su gobierno: la falta de estrategia, el adanismo, la improvisación y la nula autocrítica, que es también la vanidad de creer que las propuestas, al igual que sus parrafadas tuiteras, no necesitan ser editadas antes de expulsarlas al mundo.
La mezcolanza conceptual ejemplifica, en realidad, todo lo que está mal con su gobierno: la falta de estrategia, el adanismo, la improvisación y la nula autocrítica, que es también la vanidad de creer que las propuestas
Aquel petrista candoroso cree además que basta con que Petro hable para que ocurran cosas. Es una prueba de cuánto ha divinizado a su líder, pues solo Dios, según la Biblia judeocristiana al menos, es capaz de crear por medio del Verbo. A nosotros los mortales nos toca esforzarnos un poco más.
Y por eso, por esa combinación de desprecio por lo material, lo concreto, lo práctico, lo funcional y lo existente, y de sobrestimación de lo ideal, lo utópico y lo ideológico –representada en barrocas catedrales de palabras–, es que el país enfrenta crisis paralelas en salud, educación, energía, seguridad, ética y finanzas estatales. Pues la cabeza de una instancia del poder público llamada Rama Ejecutiva debería distinguirse por su capacidad para ejecutar más que por su capacidad para discursear. El paso de Petro por la Casa de Nariño será recordado como la historia de un líder en el lugar equivocado: su hábitat natural es el parlamento, organismo cuyo nombre se deriva de ‘parlar’. Su aptitud innata es para la producción intelectual, a través de libros o conferencias en los que exponer sus ideas... aunque ojalá con más claridad y concisión que en sus trinos.
El déficit de ejecución, entre tanto, quedará para la historia como la marca de fábrica del ‘gobierno del cambio’. Pero debería servirnos de guía, inversamente hablando, para elegir al sucesor de Petro. Las incesantes discusiones sobre las elecciones de 2026 giran alrededor de dicotomías trilladas: izquierda y derecha, Bogotá vs. regiones, petrismo y antipetrismo, planificación o leseferismo, mercado vs. Estado, centro vs. extremos, abrazos o balazos, progresismo vs. conservadurismo, políticos alternativos vs. tradicionales, etc.
Sin desconocer la importancia de esos clivajes, hay uno que está haciendo falta. Y luego de la larga perorata que habrá sido el cuatrienio actual, no nos pueden quedar dudas sobre su relevancia. Se trata de la dicotomía entre hechos y palabras, criterio que hay que incluir en nuestra evaluación de cualquier candidato. Quien suceda a Petro debe ser alguien que no anteponga, como él, el ruido a las nueces.
THIERRY WAYS
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