Todo lo que estamos contando de Colombia lo estamos contando entre la guerra. Sigue y sigue esa derrota. Hemos logrado montar un país de ciudades, de gente que echa seguro a la puerta para dormir en paz y para digerir lo vivido y predecir el futuro, como si la pesadilla fuera una triste noticia de las colonias. Tenemos titulares constantes de política, de economía, de salud, de entretenimiento, de deportes, pero también una sección diaria e incesante –además única en los diarios del mundo– sobre la barbarie. Cómo dispara de fácil la gente acá en Colombia. Cómo van subiendo esas cifras incomprensibles en el registro de Indepaz, 44 masacres, 14 firmantes de paz y 73 líderes sociales asesinados en lo que va de este año, como los números de la peor de las máquinas. Pasan de largo, entre tanto ruido, las escenas de este conflicto armado que parece otra capa de la Tierra.
Estos son los titulares de nuestro contexto: “Gobierno de Colombia y Eln acuerdan cese al fuego de seis meses”, “Capturado cabecilla del Clan del Golfo”, “JEP recupera 35 restos óseos de posibles víctimas de desaparición forzada en Riosucio”, “Dos oficiales devolverán medallas que obtuvieron por ejecuciones extrajudiciales”, “Fiscal de la Corte Penal Internacional asegura que este no es un Estado fallido”, “Preocupación por aumento de suicidios en zonas de reclutamiento forzado”, “5.600 personas confinadas por la guerra entre el Eln y el Clan del Golfo”, “Más de 2.500 firmantes de paz cumplen actos de reparación”, “Disparan a carro de magistrado de la JEP que investiga falsos positivos en Dabeiba”, “Excombatientes de Vistahermosa se irán de su ETCR”, “Niños desplazados son rescatados en la selva”, “Presidente asegura que la paz con el Eln llegará en 2025”, “Guerrilla lo desmiente”.
Ese país es este país. Que ha estado varado en su decadencia sin haberse permitido el esplendor. Que, abrumado por las noticias de última hora sobre villanos e insensatos, no solo ha llegado a unos niveles de paranoia que hacen creer que de verdad aquí no hay nadie irable, sino que ha estado perdiendo de vista que si este Estado se ha salvado por muy poco de quedarse en catástrofe ha sido por obra y gracia de las madres inagotables, los funcionarios decentes, los jueces incorruptibles, los soldados honorables, los líderes sociales, los defensores de derechos humanos, los firmantes de paz, los compiladores de memoria histórica, los narradores –cantadores, reporteros, cronistas, pintores, dramaturgos, novelistas, realizadores– que están cumpliendo dos siglos de contarnos la guerra con la ilusión de que por fin venga una posguerra.
El periodista Yamid Amat le pregunta al presidente de la JEP, aquí en EL TIEMPO, cuál de los casos que ha escuchado en estos años de justicia especial lo ha estremecido más: hubo una época en que los comerciantes les pedían a las Farc que secuestraran a la competencia –cuenta el magistrado Vidal– y esa perversión le prueba que el conflicto sacó lo peor de todo el mundo. Nuestra gente irable, que ha llegado a dar la vida por una causa que a tantos les da igual, ha mantenido vivo un país transicional entre el país, ha empeñado el sistema nervioso en la tarea de que esta democracia para unos sea una democracia para todos, ha estado llevándonos a una cultura de la terapia con la esperanza de que dejemos de echarles la culpa a los demás, ha estado mostrándonos, aunque la violencia narca sabotee el discurso, que Colombia se trata sobre salir de la guerra. “¿Salir de la guerra?”, pregunta Amat. “Es que la guerra sigue”, contesta Vidal, “no la hemos parado”.
Y entonces nos parecen típicas las cifras de la violencia. Y poco nos preguntamos si estamos sumándole o restándole al horror.
RICARDO SILVA ROMERO