El último informe del Dane sobre pobreza multidimensional en Colombia muestra que, en 2024, la incidencia nacional fue del 11,5 %, reduciéndose 0,6 puntos respecto a 2023. Este resultado parece positivo, pues indica que menos colombianos enfrentan simultáneamente privaciones en educación, salud, trabajo, vivienda o servicios públicos. Sin embargo, una mirada crítica invita a preguntarse: ¿esta mejora implica realmente que las personas podrán salir de la pobreza o solo que temporalmente han dejado de ser pobres?
La medición multidimensional, basada en la metodología de Alkire-Foster, ha sido un avance significativo porque considera dimensiones que van más allá del ingreso monetario. Sin embargo, aunque es importante, esta medición no muestra las trayectorias reales de movilidad o inmovilidad social que enfrentan las familias. Por ejemplo, la reducción en ciertas privaciones podría ser temporal, asociada a políticas asistenciales o coyunturas específicas, sin representar cambios profundos en las estructuras sociales que perpetúan la pobreza.
Bogotá es un caso ilustrativo: aunque la pobreza multidimensional aumentó ligeramente, del 3,6 % en 2023 al 5,4 % en 2024, sigue siendo relativamente baja en comparación con otras regiones del país. Pero estas cifras pueden ocultar dinámicas complejas de inmovilidad social y desigualdad territorial. Investigaciones recientes sobre movilidad social en la capital revelan que persisten fuertes barreras estructurales, relacionadas con la calidad de la educación pública, la informalidad laboral predominante y una infraestructura urbana desigual. Estas barreras condicionan severamente las oportunidades futuras, incluso cuando mejoran temporalmente ciertas condiciones materiales.
Resulta fundamental considerar enfoques complementarios, como un Índice de Movilidad Social (IMS), que no solo mida privaciones actuales, sino también la capacidad real y sostenible de superar esas privaciones a lo largo del tiempo.
La movilidad social implica la capacidad efectiva de las personas para mejorar su posición socioeconómica respecto a generaciones anteriores. La persistencia de altas tasas de informalidad laboral y la segregación territorial por estratos socioeconómicos en Bogotá y otras ciudades colombianas evidencian que las mejoras puntuales en pobreza multidimensional pueden ser insuficientes para romper ciclos intergeneracionales de pobreza. La verdadera superación de la pobreza requiere cambios estructurales profundos y políticas públicas orientadas a garantizar oportunidades equitativas.
Por ello, resulta fundamental considerar enfoques complementarios, como un Índice de Movilidad Social (IMS), que no solo mida privaciones actuales, sino también la capacidad real y sostenible de superar esas privaciones a lo largo del tiempo. Un índice con estas características debería incorporar aspectos clave como la calidad educativa, el real al empleo formal, condiciones dignas de vivienda y equitativo a servicios públicos y tecnologías digitales.
La discusión pública sobre la pobreza multidimensional debe incorporar estas perspectivas críticas sobre movilidad social, cuestionando no solo cuántas personas están temporalmente fuera de la pobreza, sino también si existen condiciones reales para que mantengan y profundicen su progreso. Solo así será posible construir políticas públicas que contribuyan efectivamente a romper ciclos estructurales de pobreza y avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa.
*Coordinador de la maestría en Gestión Pública del Politécnico Grancolombiano