Cuando muchos colombianos votaron ‘No’ a la paz en el famoso referéndum, no podía creer semejante exabrupto. Conozco la guerra, la de verdad; la lloré, la sufrí, viví mi infancia en ella. Nací el 18 de mayo de 1940 en la ciudad de Nápoles (Italia), menos de un mes después de que Mussolini, con un discurso febril en una plaza, Venecia, atiborrada de muchedumbre, frente a un ejército de camisas negras vociferantes y entusiastas, les declaró la guerra a Francia y Gran Bretaña.
Menos de seis meses después la aviación inglesa, la Royal Air Force, vomitó toneladas de bombas sobre una ciudad absolutamente impreparada para semejante destrucción.
En la Segunda Guerra Mundial, Nápoles fue la ciudad italiana que más bombardeos sufrió. Más de 300 incursiones, que causaron la muerte de 25.000 personas, casi todas de la población civil, y la destrucción completa de la infraestructura industrial.
Naturalmente desapruebo esta expedición imperialista de Putin, pero muchos de los países que más se han manifestado contra esta guerra son grandes productores de armamento. Y recuerden que Vladimir fue mejor amigo de muchos que lo están atacando ahora. El buen Macron, que se ha metido viajes para hablar con Putin, con qué cara se presenta, monsieur, a la escena global siendo presidente de uno de los países que más exportan armas letales, junto con Estados Unidos, a Rusia, a España, a Alemania, a Italia, a Gran Bretaña, a Holanda y a la misma Ucrania.
Según el Sipri, en los últimos cinco años EE. UU. se han consolidado como el más grande exportador de armamento, casi la mitad para el Medio Oriente. La sola Arabia Saudí ha recibido el 24 % de las armas. El filósofo y escritor Eduardo Galeano, en una reflexión sobre las mentiras de las guerras, dice: “Mientras en un minuto se gastan 30 millones de dólares en gastos militares, cada 10 segundos muere un niño de hambre o de enfermedad”. Con lo que se invierte en un día en gastos militares se podría resolver el problema del hambre en el mundo.
Los arsenales rusos, estadounidenses, y quién sabe de cuántos países más, están repletos de ojivas nucleares, y aunque se haya firmado un tratado de no agresión, la amenaza atómica está presente a todo momento. Recordémosles a nuestros amenazantes vecinos que la guerra nuclear es el punto de no retorno. El final es un pierde pierde, con el resultado: la destrucción y la desaparición del género humano. Así que ¡pilas!
SALVO BASILE