En medio de este desastre nacional generado por narcoguerrillas fortalecidas y bandas criminales tonificadas, diría que incluso a la cúpula militar la tomó por sorpresa su designación.
Es una impresión mía, pero de primera mano, porque yo estaba a pocas sillas en el mismo recinto de los altos almirantes y generales en Villa de Leyva, en la conferencia general de gobernadores convocada por la hoy muy poderosa Federación Nacional de Departamentos donde el Presidente soltó la designación. Y lo que sentí y vi en sus rostros fue sorpresa. Con expresiones corporales y faciales casi de perplejidad y sin alegría pero con respeto.
Y muy rápido quedó claro que el camino no pasaba por la baja de toda la cúpula y 30 altos oficiales más, sino por la renuncia de Pedro Sánchez a su carrera militar, como en efecto sucedió para evitar una verdadera tragedia institucional.
Y es que el del general Pedro Sánchez –hoy general (r)– no era un nombramiento predecible, pues su perfil es radicalmente diferente al del ministro Iván Velásquez. Sánchez es un hombre que viene de la entraña de la Fuerza Pública con 35 años vistiendo con éxito los uniformes de la patria.
Esa sola circunstancia de vida le permite entender las dimensiones del fracaso de las políticas de ‘paz total’ y seguridad en las que se había empeñado el presidente Petro y la necesidad de dar timonazos urgentes, radicales, realistas y racionales.
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Estoy seguro de que en la Casa de Nariño, donde quieren preservar el poder para uno de los suyos en 2026, atormentados por un castigo del pueblo en las urnas, entendieron que el precio de la crisis de seguridad puede ser hasta la presidencia misma.
En efecto, quedó claro que ni alcaldes, ni gobernadores ni congresistas de las propias toldas del Presidente son capaces de defender la política de seguridad del Gobierno hoy y quizás por eso buscan enmendar la plana.
En la extensa entrevista que el nuevo ministro nos concedió en la FM de RCN tras conocerse su designación, así como en la que publicó este mismo diario ayer, resulta inocultable este cambio de actitud, de estrategia y de lenguaje.
Estoy seguro de que en la Casa de Nariño, donde quieren preservar el poder para uno de los suyos en 2026, entendieron que el precio de la crisis de seguridad puede ser hasta la presidencia misma
Para la muestra, algunos botones. Todas son frases textuales del ministro.
– “Yo no soy petrista, ni uribista ni santista”.
– “A la política de la ‘paz total’ se le jugó sucio por parte de los criminales: se alimentaron y crearon un cáncer aún mayor”.
– “Los grupos criminales lo que hicieron fue incrementarse”.
– “No podemos pasar por la vergüenza histórica de que no fuimos capaces de solucionar este problema”.
– “Nacer pobres no nos da derecho a ser ilegales. Nacer rico tampoco”.
– “Claro que vamos a garantizar que haya elecciones en 2026”.
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Ojalá lo dejen enderezar el mal camino.
Ojalá no sea un ministro de Defensa maniatado.
Ojalá le devuelvan todo lo que le han quitado o disminuido a la Fuerza Pública, empezando por su capacidad operativa y los recursos presupuestales para garantizarlo.
Ojalá no sea, como advirtió Marta Lucía Ramírez, “un dulce envenenado” para la Fuerza Pública.
Ojalá todo el Gobierno por fin entienda que debilitando a la Fuerza Pública a quienes más afecta es a los más pobres, a los más humildes que tienen que salir huyendo de los territorios abandonados por el Estado tanto en garantías de seguridad como en inversión social.
Ojalá.
La gravedad de este escalofriante panorama en materia de seguridad nos devuelve a las épocas más trágicas de la historia reciente de Colombia. Los narcoterroristas mandando la parada. La Fuerza Pública, maniatada. La población civil, victimizada. Las esperanzas de un mejor país, por lo pronto evaporadas. Así no se puede.
Más allá del nombramiento de un general en el Mindefensa, urge un giro radical en la política de seguridad, hoy colapsada.
JUAN LOZANO