Durante el primer semestre de 2023, la economía colombiana creció 1,7 % anual, con una clara desaceleración al pasar de 3 % a marzo hacia cuasi nulo a junio. Ello refleja un efecto estadístico respecto a una sobreexpansión del 7,5 % en 2022, pero también una clara desaceleración de la demanda agregada real (a solo 1,8 % real), donde la contracción de la inversión (-15 % anual) es el factor más preocupante.
El alza de tasas de interés (globales y locales), buscando contener presiones inflacionarias muy persistentes en Colombia, agravará el PIB real del segundo semestre. Así, lo más probable es que el crecimiento del 2023 (como un todo) se ubique más cerca del 1 % que del 2 % que venía pronosticando el Gobierno.
Empero, estos registros de desaceleración bien pueden catalogarse como de “aterrizaje suave”. En Estados Unidos se estarían evitando fases recesivas (al menos en 2023) y su PIB real crecería 2 % (casi su potencial). Además, su mercado laboral ha continuado dinámico y arrojando un desempleo tan bajo como 3,7 % (el mejor registro en medio siglo). Pero, paradójicamente, las presiones salariales de allí derivadas representan un riesgo de persistencia inflacionaria hacia 2024.
En Colombia estamos cayendo en la “complacencia macro” pospandémica, en vez de aprovechar oportunidades de innovación y aceleración del PIB real. Habíamos disfrutado de unos favorables términos de intercambio y ello permitió crecimientos del PIB real de 4,5 % anual (quinquenio 2010-2015). Pero este se ha reducido a solo 3,1 % anual (quinquenio 2019-2023), no obstante la continuidad en buenos precios de exportación.
Esto devela una falta de profundización de nuestro potencial exportador minero-energético (con reservas de solo 7 años) y también carencia de “elasticidad” en exportaciones menores. Estas últimas continúan representando solo 30 % del total, a pesar de devaluación del 50 % real en la última década. Y... de aquello... nada: tanto Duque como Petro tomaron el camino facilista de pensar que con cantos de porristas a favor del turismo se solucionarían faltantes externos persistentes de US$ 18.000 millones/año (equivalentes a un déficit externo de 5 % del PIB).
A junio de 2023, los sectores más dinámicos y representativos han sido actividades financieras (+13 % anual) y minero-energético (+4 %), aquellos que cataloga Petro como “zánganos” o “peores que la cocaína”; pero sin ellos estaríamos en terreno negativo (... y a oscuras). En cambio, construcción (-3,6 %), industria (-1,6 %) y comercio (-1,3 %), todos en terreno negativo. Allí se mezclan la desidia estatal en infraestructura, vivienda de interés social y carencia de aprovechamiento de los TLC.
Decíamos que la mayor preocupación toca con retracción de inversión productiva, representando solo 20 % del PIB frente al deseable 30 %. Con razón muchos empresarios han puesto en el congelador sus proyectos innovadores, en espera de mejores perspectivas (después del 2026).
Nótese la paradoja: el recaudo tributario viene creciendo a una dinámica tasa de 16 % real anual, pero la ejecución presupuestal bordea apenas el 40 %; y entonces, ¿qué se ha hecho todo ese dinero recaudado? Pues buena parte está parqueado en Tesorería de la Nación que le istra el BR (elevándose su caja de $ 30 billones a preocupantes $ 42 billones). Ante la falta de política fiscal contra-cíclica productiva, le ha tocado al BR salir a remozar operaciones de corto plazo para evitar una sequía de recursos que agrave las alzas de las tasas de interés.
El sistema financiero ya siente el dañino efecto de la iliquidez, amén del cambio regulatorio (CFen), lo cual ha elevado las tasas CDT de 12 a 14 %, encareciendo costos crediticios. La única buena noticia macro ha sido la reducción marginal del desempleo hacia 9,3 %, pero poco debe consolarnos el hecho de que se trata de expansión burocrática y otorgamiento de más subsidios, en vez de estarse impulsando la ansiada dinámica de la inversión privada, sin la cual no bajaremos el desempleo a un dígito.
SERGIO CLAVIJO