Hay días en los que uno se rinde y siente compasión por todo el mundo. Debería ser así de lunes a domingo, supongo, pero no es nada fácil recobrar la humanidad entre el vértigo diario de la era del vértigo. ¿Por qué lo digo? Por una serie de eventos, de principios de esta semana, que duró unas horas nomás: el senador Uribe Turbay sospecha, en el lanzamiento de su campaña presidencial, que "quien hoy gobierna va a querer robarse las elecciones"; el presidente Petro le suelta, en su cuenta de X, el refrán "el ladrón juzga por su condición"; el senador visita con su valerosa hermana los parajes del Valle de Aburrá donde su madre –la periodista Diana Turbay– viajó del secuestro a la muerte; el presidente, que amenaza con ir "hasta donde diga el pueblo", celebra una encuesta favorable con las palabras "así volvemos a ganar". Y uno se rinde y siente compasión porque nada aquí tiene sentido.
Compasión por una pobre nación que padece los desvaríos de sus políticos. Compasión por la gente que se lanza a la presidencia de este país. Compasión por un presidente amurallado, con Ejército, Fiscalía, Procuraduría, Contraloría, Defensoría del Pueblo y Máquina de Propaganda al lado, que se resiste a reconocer su poder: "Ha empezado el golpe", sentencia ante un auditorio de tragedia. Compasión por cualquiera que, angustiado por el acecho del Gobierno a la Registraduría y por la ambigüedad de esta presidencia ante el fraude venezolano, defienda con las uñas las elecciones de 2026. Compasión por las familias de los secuestrados que nunca volvieron. Compasión por los sobrevivientes de la UP que ese viernes infame se quedaron esperando al jefe del Estado. Compasión por los que no tienen tiempo ni talento para la compasión.
El Evangelio según Mateo propone ir de amar al prójimo a amar al enemigo. Quizás sea demasiado. Pero sí habría que ir de la cultura de la sombra a la cultura de la terapia.
Hay quienes dicen que el dicho popular "el ladrón juzga por su condición" viene del aforismo romano "malo es quien presume que los demás son malos". El psicólogo de los complejos Carl Gustav Jung habló de "la sombra" que impide que reconozcamos comportamientos ajenos como propios: de aquel mecanismo de defensa, "la proyección", que pone a notar en el otro lo que no se ite de uno mismo. En Colombia hay mucha más proyección que compasión, mucha más sombra que misericordia: hay más corruptos moralistas, más traidores indignados, más tiranos republicanos, más imputados fiscalizadores, más compradores de Pegasus que dan lecciones de ética, más deslenguados que llaman a la sensatez que colombianos que recuerden a tiempo que la procesión va por dentro.
Colombia está llena de colombianos que denuncian colombianos por ser colombianos. Colombia está llena de colombianos que juzgan por su condición. Y todo el mundo es un blanco fácil, e insultar ya no es asaltar, "saltar sobre el otro", porque es una convención y una secreción y un tic, y entonces Petro es "un ladrón de elecciones" y la gente olvida que decidió irse a la guerrilla cuando se robaron unas elecciones, y Uribe Turbay es "un engendro de la élite" y la gente niega su procesión por dentro, y los demás antagonistas, que evitan encontrarse en el mismo espejo, se permiten acusarse de enemigos del pueblo –como en el meme de los dos Spiderman– mientras el pueblo se va reduciendo a auditorio de tragedia: la desazón de Colombia crece, de acuerdo con los índices de percepción de las democracias, porque líderes y liderados endosan sus faltas.
El Evangelio según Mateo propone ir de amar al prójimo a amar al enemigo. Quizás sea demasiado. Pero sí habría que ir de la cultura de la sombra a la cultura de la terapia. Dice Jung que "nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad". Y aquí sí que nos falta –y ese sí sería "el cambio"– hacernos cargo de nuestras bajezas.