Cumplir con los estándares de productividad e impacto, seguir el ritmo frenético que impone el mundo profesional, responder a las demandas de la ambigüedad y el cambio. Todo esto, ha transformado los entornos laborales en lugares extremadamente exigentes. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 60 % de los trabajadores se sienten estresados, siendo el burnout reconocido oficialmente como una enfermedad en 2019.
Nos dicen constantemente que debemos "mantenernos en forma". Que debemos estar siempre en formación continua, asegurar presencia en todos los escenarios clave, atender reuniones, correos, mensajes. Además, debemos ser parejas, padres ejemplares, y, por supuesto, profesionales de excelencia. En resumen, nos exigen ser la "persona 10".
Vivimos atrapados en el mito de la perfección, una idea que ha acompañado a generaciones: alcanzar estándares imposibles sin detenernos a considerar los costos personales. Nos compramos la idea de que hay que hacerlo todo y ser los mejores, sin fallar en ningún ámbito ni siquiera a nosotros mismos. Pero, en esa búsqueda de abarcarlo todo, nuestras vidas se convierten en una experiencia tan intensa que la sufrimos, al tiempo que la gozamos y anhelamos.
Al igual que otras adicciones, la adicción al trabajo, intenta llenar un vacío o cubrir un dolor
Esta carrera vertiginosa nos da mucho: éxito, reconocimiento, mejores condiciones de vida. Sin embargo, hay algo que parece esquivo, casi inalcanzable: el equilibrio. Según el Instituto Estadounidense del Estrés, el 77 % de las personas experimentan efectos físicos por estrés laboral, lo que nos muestra que la balanza se inclina peligrosamente hacia el trabajo, y no hacia nuestra salud o bienestar.
Una hipótesis incómoda: ¿somos adictos al trabajo?
Es cierto que las exigencias externas son abrumadoras. Pero también es verdad que, en muchos casos, hemos diseñado esta realidad. En última instancia, este círculo vicioso puede romperse porque tenemos el poder más importante: la libertad de elegir.
Una investigación del Instituto Karolinska de Suecia sostiene que el workaholism o adicción al trabajo afecta a cerca del 8 % de la población laboral. Esta adicción, al igual que otras, tiene consecuencias personales devastadoras: problemas de salud física y mental, relaciones familiares fracturadas, y una desconexión con lo que realmente importa.
Hemos normalizado una adicción al trabajo que, aunque común, no deja de ser dolorosa ni de generar consecuencias en nuestras vidas.
¿Cómo romper el ciclo?
Para avanzar hacia una vida más libre, algunas teorías sugieren pasos que parecen simples, pero poderosos:
- Aceptar nuestras imperfecciones con amor: nadie es perfecto, y está bien. De hecho, una investigación de la Universidad de Stanford afirma que las personas que aceptan sus imperfecciones experimentan menos estrés y ansiedad.
- Hacer renuncias inteligentes: no es necesario estar en todo. Priorizar lo que realmente importa es clave para evitar el agotamiento. Un estudio del Harvard Business Review sugiere que el 74 % de los líderes ejecutivos reconocen que la falta de equilibrio entre trabajo y vida personal afecta negativamente a su rendimiento.
- Ser cautelosos con las expectativas: querer ser la "persona 10" puede ser una trampa peligrosa. Al intentar cumplir con todo, el riesgo de perder nuestra salud mental y bienestar aumenta. Según la American Psychological Association, más del 40 % de los trabajadores en Estados Unidos sufre de síntomas relacionados con la ansiedad.
El camino hacia una vida en libertad
Sabemos cuál es el camino, pero reconocemos que esta "adicción" es difícil de soltar. Mientras trabajamos por una vida más fluida y en libertad, debemos practicar acciones diarias que nos ayuden a avanzar sin castigarnos.
Al igual que otras adicciones, la adicción al trabajo, intenta llenar un vacío o cubrir un dolor. Está profundamente ligada a la necesidad de perfección y control, y a la idea de que todos los aspectos de nuestra vida deben estar en orden. Sin embargo, también trae consigo grandes pérdidas.
Afortunadamente, las mujeres tenemos una ventaja: la capacidad de hablar, compartir y conectar. Nuestras amigas, sus historias y la posibilidad de “terapiarnos” en tribu son un regalo invaluable. Estas redes nos permiten procesar, reírnos de nuestras propias imperfecciones y avanzar paso a paso, hacia una vida más equilibrada y libre.
O por lo menos así lo sentimos dos workoholics en recuperación.