Aun cuando el foco de nuestra atención esté centrado en los temas de mayor impacto, y no pocos lo son, como el que Putin al día siguiente de que Mr. Biden autorizara a Ucrania el uso de misiles de largo alcance mostrara sus largos colmillos nucleares, o que la I libre orden de captura contra Netanyahu, mientras tanto, silenciosa pero inexorable, una amenaza se acerca al punto de no retorno: ni más ni menos que la fractura del ciclo de la vida en este planeta que habitamos.
Hace veinte años conocí a Peter Bunyard, Ph. D., Universidad de Oxford, Reino Unido, experto en el Amazonas y el ciclo del agua global, quien en varias sesiones me explicó cómo las aguas gélidas del Ártico se sumergen y al hacerlo generan corrientes submarinas que atraviesan el océano y emergen cálidas en otras latitudes, que este intercambio es una cinta gigantesca e invisible de energía, que incide en el nacimiento de los vientos, de la humedad que estos llevan a bosques y altas montañas, que propicia las condiciones para que la vida en la Tierra sea y también cómo al romperlo se fractura lo que sostiene toda la vida en el planeta.
Alarmados por las evidencias que Bunyard expuso, fue titulado 'SOS por la Amazonia' un editorial que buscó alertar al país de la tala, que venía de tiempo atrás. Hace un par de semanas busqué de nuevo a Peter, pensando que el tema, lejos de quedar en el pasado, se hace más vigente ahora, y su respuesta, en forma de un fascinante nuevo libro que publicará pronto en el Reino Unido, de documentos y comentarios, es tan preocupante como esperanzadora, y quiero compartirla con mis lectores:
Es claro que el cese inmediato del uso de petróleo es inviable, populismo insulso, pero reforestar sí que se podría convertir en una política inmediata.
Sus estudios elaboran, entre otros, sobre el concepto de la bomba biótica, desarrollado inicialmente por Anastassia Makarieva y Victor Gorshov, físicos rusos al servicio del instituto nuclear Petersberg. Ella modeló el efecto de la evapotranspiración de los bosques y la asoció al origen de los vientos, teoría que Bunyard desarrolló y afinó, con un equipo calificado, para establecer varias correlaciones y demostrar con experimentos el enorme impacto de los bosques en el balance del clima y el agua del globo.
En conclusión, restaurando los bosques es viable lograr el límite propuesto por el Acuerdo de París, que en lo básico consiste en lograr que el promedio de temperaturas en superficie no supere 1,5 °C sobre las temperaturas preindustriales. Con dos y medio millones de hectáreas resembradas, dice Bunyard, es una meta alcanzable, sin dejar de lado la lucha contra el efecto invernadero. Lo contrario, que es un nuevo campanazo de alarma crítica, llevará, y pronto, a un caos climático irreversible.
Los páramos son las zonas más críticas en el ciclo del agua y así su preservación es inaplazable, tanto como la reforestación costera e intercostal. Proteger estas zonas, re-sembrarlas árbol por árbol, es viable y más eficaz que las propuestas vacías de no usar por ahora más petróleo, mientras que seguir arrasando bosques para soya, coca, pastos y poblar zonas de reserva solo traerá más inundaciones, sequías pronto y sin reversa. Estamos advertidos.
Es claro que el cese inmediato del uso de petróleo es inviable, populismo insulso, pero reforestar sí que se podría convertir en una política inmediata. Por ej., propuse en esta columna que, con Alcaldía, CAR y empresa privada reforestáramos nuestros cerros, aledaños a los páramos, mayor fuente hídrica de la ciudad, cuyo deterioro nos tiene racionados. No tuve eco hasta que ahora C. F. Galán y la Dra. Adriana Soto lanzan una ambiciosa y ejecutable campaña de sembrar más de un millón de árboles. El alto Amazonas, el Putumayo son cruciales para las lluvias en EE. UU. y África, por supuesto, para los páramos que nos dan de beber. ¿Qué esperamos? P. Bunyard tiene razón, reparar la bomba biótica, el Amazonas, el ciclo del agua es inaplazable, el momento es ahora.