Expresidente César Gaviria:
Ha estado usted en boca de todos últimamente. Le deben zumbar los oídos. Aunque personalmente se ha opuesto a la estatizante reforma de la salud del Gobierno, llegando a afirmar que no sabe qué hace la ministra Corcho en ese cargo, la actitud del partido que usted dirige ha sido menos evidente. Esta semana, por ejemplo, representantes de su colectividad rechazaron la oportunidad de archivar el proyecto.
No es su partido, por supuesto, el único que flota en una indigna ambigüedad. El Conservador y el de ‘la U’ nos traen igual de perplejos; espero que reciban su castigo en la urnas. Pero su caso me parece más dramático, pues usted, expresidente, es uno de los fundadores de la Colombia moderna. Durante su mandato se promulgó la Constitución de 1991, se firmó la Ley 100 de 1993 y se puso en marcha la apertura económica. Sin esas transformaciones, Colombia hoy sería, para mal, un país radicalmente distinto.
Por eso, desde el primer momento observo con desconcierto, expresidente, su postura menos que tajante frente al gobierno del Pacto Histórico. Pues, ¿qué propone el Pacto Histórico? Lo contrario de la apertura que usted lideró. El cerramiento. La antítesis del futuro al que usted le daba la bienvenida en 1990. El retorno al pasado.
Dicen algunas malas lenguas que sus vaivenes se explican porque usted estaría detrás de puestos para sus hijos. Ignoro si sea cierto. Tampoco meteré las manos al fuego por un político profesional, sabiendo cómo se hace la política aquí (que es como se hace en todas partes). Solo anotaré que su hijo Simón es un exdirector de Planeación Nacional, graduado de Harvard. Y su hija María Paz, una joven ‘doyenne’ de las artes en el país. A los pelaos les seguirá yendo bien, expresidente, no tiene que preocuparse por ellos. Preocúpese más bien, con respeto le insisto, por su legado.
Expresidente Gaviria, usted se enfrentó a Pablo Escobar. Al ‘patrón del mal’, al ‘capo di tutti capi’, al enemigo público número uno, al diablo encuero. Desafió a uno de los mayores villanos del siglo XX. Y lo derrotó. No me diga que alguien que vence a semejante rival se amilana ante quienes buscan eliminarlo de los libros de historia, teniendo en las manos las herramientas –pacíficas, democráticas– para impedirlo.
El país recuerda positivamente su cuatrienio, expresidente. Piénselo: ¿de cuántos exmandatarios se puede decir lo mismo? De pocos. Veníamos del ‘annus horribilis’ 1989. Habían asesinado a Luis Carlos Galán, en quien millones habían cifrado sus esperanzas. El país tocaba fondo, y el fondo estaba ensangrentado. Usted recogió las banderas de Galán y se echó al hombro esta causa perdida. Y la sacó adelante. Por cuatro años, mantuvo el caos a raya.
La Colombia de hoy, hay quienes lo ignoran, es superior en todo sentido a la de antes de los 90. Falta mucho por hacer, desde luego. Qué pereza que existan tan tercos negacionistas del progreso que siempre que uno dice que las cosas están mejor que antes, haya que agregar la perogrullada de que ‘falta mucho por hacer’. Pero, volviendo: esa Colombia de hoy, mejor que la de antes, es, en buena medida, hija suya, expresidente. Defiéndala.
“¡Salve usted la patria!”, cuentan que le dijo Bolívar a Rondón en Boyacá. Pero usted es hombre de cultura, expresidente, y le deben desagradar las frases altisonantes. Amén del horrísono cliché. Así que le bajo dos rayitas a la fórmula y le digo más simplemente: salve usted su legado. No repita el error, que cometió al comienzo con Escobar, de tratar de negociar lo innegociable. Hunda la nefasta reforma de la salud en su totalidad (luego habrá que hablar de los demás proyectos del Pacto) antes de que la reforma hunda a la Colombia del 91. La Colombia que nació bajo su gobierno.
THIERRY WAYS
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