Trasnochados

Es que el mundo está lleno de mundos trasnochados, de fuerzas anacrónicas, machas, que solo encuentran paz si prevalecen, si imperan, y hay que resistirse a hacer parte de sus bandos y de sus fuegos cruzados. De lunes a miércoles desestimé la columna que estoy escribiendo porque llegué a pensar que era descabellada esta sensación de que la realidad de Trump es la realidad del Eln –el imperio de los matones trasnochados–, pero, luego de hablarlo con un par de vecinos, me parece claro que los déspotas están jugando su juego, y los gringos paródicos –los gringos burdos de los cómics– están poniendo las botas sobre la mesa del planeta, y nuestros falsos libertadores, en estos países improvisados que desprecian la compasión, andan a un paso de gritar "¡yanquis go home!".

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Bienvenidos a estos días repetidos. Son los dulces años cincuenta, a los que David Lynch les veía el inframundo, empeñados en partirnos la realidad en dos sexos. Es la Guerra Fría, con sus bombas pendientes y sus cerebros lavados, denunciada viñeta a viñeta por Mafalda. Son los días tiránicos, en blanco y negro, de las policías políticas que meten en el mismo saco de fique a todo el que hable de justicia social. Es la venganza ochentera, de Rocky IV a Rambo III, que arrincona a los vulnerables. Es la guerra degradada de los noventa con sus comandantes de sicarios. Es el Lejano Oeste de los pueblos sometidos por los defensores de los pueblos. Y los siglos XIII y XVI y XX de los imperios que redoblan esfuerzos para ocultar sus decadencias.

Podría uno temerle a lo que viene. Pero también ser un espectador alerta que asiste a un giro dramático de una historia, la humana, que suele patalear décadas y décadas antes de girar. Si algo quedó claro durante la deslucida posesión de Trump, aparte de la astucia de sus antecesores, de la mediocridad del espectáculo, de la soberbia de los señores feudales digitales que nos tienen a su servicio, de la nostalgia fascista de un liderazgo que sabe portarse como si el resultado de las elecciones no hubiera sido 49,8 contra 48,3 por ciento, es que ese imperio expansionista que reclama destinos manifiestos y edades de oro –más parecido al de Star Wars que al que combatió en la Segunda Guerra– no es risible ni es tan cierto.

El brillante Randy Newman, de esos Estados Unidos que reivindican lo humano, compuso en los setenta una canción satírica que podría cantarse hoy: "Asia está atestada / y Europa es muy vieja. / África es muy calurosa / Canadá es muy fría / y Sudamérica nos robó el nombre. / ¡Soltemos la bomba!: / no quedará nadie que nos culpe", canta, y parodia a esos gringos ramplones e impunes que honran el estereotipo. Y que llenan de falsas razones, en nuestras fronteras, tanto a los guerrilleros obsoletos que matan al que pise sus feudos como a los dictadores venidos de los periódicos setenteros como zombis tropicales. Habrá quien les crea. Habrá quien se valga de la fanfarronería trumpista, violenta e inescrupulosa, para justificar el delirio aquí adentro y aquí al lado: "No acato órdenes del imperialismo", dice Maduro.

Y podría uno sentarse a esperar a que todo acabe como puede acabar un gobierno gringo de magnates que sueltan los perros bravos a los inmigrantes o una guerra que ha desplazado a 32.000 colombianos en unos cuantos días, pero no sobra desconocer la derrota, no sobra plantárseles a los matones. Hay que recordar a tiempo que el mundo es mucho más grande que el mundo de estos pocos afortunados. Hay que insistir en negociadores de paz que no solo sepan con quiénes están negociando, sino que crean en el Estado que están representando. Hay que seguir siendo del bando plural, diverso e irreductible, que se niega a tomar bandos que maten.