En medio de las discusiones públicas sobre bondades y peligros de la inteligencia artificial (IA), un amigo me regaló un libro singular. Debo empezar con explicaciones. Su título es Impromptu, que, como muchos lectores saben, es una obra musical en la que el ejecutor improvisa buena parte. Su primer autor es Reid Hoffman, cofundador y presidente ejecutivo de la red social LinkedIn, que se dedica a promover interacciones profesionales. Se hizo extraordinariamente rico y recientemente fundó una compañía para desarrollo de IA. El segundo autor es ChatGPT-4, una de las últimas versiones del popular instrumento de IA disponible en la red. Ya el lector entiende por qué dije que era singular.
En la introducción el autor humano explica que tuvo un momento de iluminación cuando jugando con el ChatGPT se le ocurrió hacerle contar un chiste. Aunque algunos animales parece que hacen chistes, más bromas que chistes, en general uno imagina que es una habilidad muy humana. Reid (advirtiéndole al ChatGPT que quería un chiste) le preguntó: “¿Cuántos inspectores de sanidad son necesarios para cambiar un bombillo en un restaurante?”.
La versión ChatGPT-3, unos meses más vieja, respondió: “Solo uno, siempre que el bombillo esté dispuesto a cambiar” (nada mal). La versión 4 le dijo (seguro inspirada en alguna de los miles de millones de páginas en su memoria): “Cuatro; uno que sostiene la escalera, uno que desatornilla el bombillo viejo, uno que atornilla el nuevo y uno que le pone una multa al restaurante por usar una potencia inadecuada”.
Decidió sofisticar el chiste y le pidió que respondiera al estilo de diversos personajes famosos. El de Ludwig Wittgenstein (filósofo, lógico y matemático) termina en: “... la pregunta solo puede ser respondida en abstracto, en realidad no se puede responder, el lenguaje, no las matemáticas, es la clave para desarrollar una respuesta” (risas de los que conocen a Wittgenstein).
En la introducción el autor humano explica que tuvo un momento de iluminación cuando jugando con el ChatGPT se le ocurrió hacerle contar un chiste.
La introducción abre el apetito por los capítulos siguientes de la conversación. Habla de IA en la educación, la creatividad, la justicia, el periodismo y más. También toca zonas problemáticas, como una en que discute las alucinaciones del ChatGPT.
Me limitaré a un par de anotaciones en educación (también los humanos tenemos sesgos). Empieza preguntándole al ya amigo cómo deben interactuar con él profesores y estudiantes. Su respuesta, en resumen, fue: “Deben verme como un instrumento, no como una fuente de verdad; deben interactuar con precaución, curiosidad y responsabilidad” (con eso excluye a algunos conocidos).
Colabora en ese capítulo con un profesor de la Universidad de Texas en Austin; un septuagenario muy inquieto, cuya primera reacción fue lanzarse a probarlo. Decidió usar el ChatGPT no como fuente de información o reemplazo de textos, sino como un instrumento nuevo y divertido para aprender individualmente y en grupo. Concluyó: “Así como Google devaluó la memorización rutinaria, las calculadoras electrónicas aceleraron cálculos complejos, Wikipedia reemplazo pesadas enciclopedias y las bases de datos hicieron obsoletas las bibliotecas clásicas, así esta plataforma va a alterar habilidades preciosas de los estudiantes”.
Sus tareas dejaron de ser la escritura de ensayos y pidió la transcripción de las conversaciones con la IA. Lo que evaluaba era la calidad de las preguntas y la forma en que el estudiante conducía al instrumento a las conclusiones. Citando a un colega, dice que las habilidades más preciosas son: “1) Hacer las mejores preguntas; 2) construir reflexiones no presentes en las bases de datos y 3) convertir el entendimiento en acción”.
Al final del libro Hoffman les agradece a sus colaboradores; ChatGPT le agradece a Hoffman por haberlo invitado y a quienes hicieron posible su existencia.