Lúcida y contundente la carta que el expresidente César Gaviria le dirigió esta semana al primer mandatario, Gustavo Petro, horas después del delirante discurso del jefe del Estado en una manifestación en Barranquilla. Con voz gangosa, pésima gramática y andar tambaleante –un miembro de la Fuerza Pública tuvo que agarrarlo del brazo para sostenerlo–, el Presidente insultó a congresistas opositores, amenazó a empresarios y pidió convocar una huelga general indefinida, todo ello porque, en un sano ejercicio de independencia de poderes, el Senado rechazó la innecesaria y costosa consulta populista del Gobierno.
Petro llegó con cuatro horas de retraso, y de los miles que llenaban a media tarde el paseo Bolívar, no quedaba ni la mitad. Pero su incendiario discurso fue regado por el país gracias a los influenciadores pagados con dineros públicos, cuyo traslado, en evidente prevaricato por uso indebido, el Ministerio del Interior les aseguró en un avión de la Policía.
Contra semejante demostración de falta de rigor republicano, contra las ínfulas prepotentes y antidemocráticas del mandatario, la carta de Gaviria le recordó a Petro que Colombia es un Estado de derecho donde opera un sistema de pesos y contrapesos entre los poderes públicos, y que hay una Constitución, la de 1991, construida sobre la base de un amplio consenso. Le dijo que esa es la que vale, y no “la ‘Constitución Petro’, que incluye lo que se le venga en gana al Presidente”.
Si sigue jugando con los límites de la ley, Petro podría terminar como el peruano Pedro Castillo
De paso, Gaviria les hizo un recorderis a las altas cortes para que sigan cumpliendo con trancar las recurrentes violaciones a la Constitución y a las leyes de un gobierno que, fracasado en casi todos los campos, se prepara para librar una batalla a muerte por imponer –a la brava y con descarado abuso de los dineros públicos– un sucesor de su cauda. Enfurecido, Petro dijo que Gaviria era “un egoísta social”. Qué cinismo que diga eso el Presidente que dejó a las familias pobres sin subsidio de vivienda, a los estudiantes sin préstamos del Icetex, a los enfermos sin sistema de salud.
A Petro no le importa la gente, sino la perpetuación del ineficaz petrismo, malgastando la plata de todos. El Congreso debe legislar pronto para trancar el uso y abuso que este gobierno hace de los contratos de órdenes de prestación de servicios (OPS) que está firmando a razón de 100.000 al mes, y que sirven para crear una red de petristas que se embolsillan esa plata sin ir a una oficina ni cumplir funciones reales. La Contraloría también debe meter baza en el asunto e iniciar juicios fiscales contra los funcionarios que, por esa vía, están feriando la plata de los colombianos.
A los 78 años, y con una salud precaria, Gaviria merecería vivir en un retiro tranquilo. Quedarse al frente del Partido Liberal no ha sido capricho ni vanidad. Si se hubiese ido, el liberalismo habría quedado sin una jefatura fuerte y, uno a uno, los congresistas se habrían debilitado frente al Gobierno y muchos habrían claudicado. Gracias a Gaviria, la mitad o más de los parlamentarios liberales ha dicho presente a la hora de atajar las barbaridades legislativas propuestas por el gabinete, y así el país se ha salvado de peores males de los que le ha causado el Gobierno.
Muchas voces más deberían alzarse en la misma dirección a la que apunta Gaviria. Se trata de un llamado de atención, de una advertencia perentoria que, en resumen, le dice al Presidente que si traspasa los límites de la Constitución y de la ley, que si viola el régimen republicano y democrático –imperfecto, sí, pero con reglas bien claras–, podría terminar como su amigo el peruano Pedro Castillo, que, acosado por la corrupción de sus allegados e incapaz de construir una mayoría parlamentaria, en diciembre de 2022 quiso cerrar el Congreso y, tras semejante osadía delictiva, fue destituido y durmió esa noche en la cárcel, de donde aún no ha salido.
MAURICIO VARGAS
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