Si Francisco Barbosa le hubiera dado a Gustavo Petro una respuesta más formal y menos visceral, tal vez nos habríamos ahorrado ese roce inútil de la semana pasada, del cual ninguno de los dos salió bien librado.
Para empezar, hay que señalar que el Presidente de la República metió la pata por ponerse a usar las redes sociales para hacerle al Fiscal General de la Nación una consulta que más parecía una conminación. Tratándose de un asunto tan delicado –alusivo a múltiples asesinatos cometidos tiempo atrás por el ‘clan del Golfo’–, dicha averiguación debió hacerse por canales institucionales, y no en público. Es evidente que en este caso el mandatario, una vez más, y omitiendo la moderación que le exige su cargo, se dejó arrastrar por ese espíritu camorrero que tan buenos resultados le daba en sus debates parlamentarios o en sus campañas electorales, escenarios en los que él se mueve como pez en el agua y donde los aplausos de la galería suelen primar sobre la solidez o la sustancia de los argumentos.
Por su parte, Barbosa también se equivocó no solo al pisar la cascarita que le puso Petro, sino al olvidar su papel como alto funcionario, para revirar como un parroquiano cualquiera, sin tener en cuenta la responsabilidad inherente a su investidura. Y ahí fue Troya. Entre reacciones y recriminaciones mutuas, el asunto se convirtió en un choque de egos, no de trenes, que se intensificaba minuto a minuto, mientras medios y reporteros se hacían eco de las réplicas de uno y otro lado, aunque sin medir los alcances ni las implicaciones de lo que decían los protagonistas.
El agarrón se salió de madre cuando el Presidente, en un arrebato más de arrogancia que de ignorancia, aseguró que él era el jefe del Estado y, por ende, del Fiscal General. Quién dijo miedo. Esta absurda afirmación dio pie para que Barbosa saliera a refutarlo en términos muy airados, calificándolo de dictador, y acusándolo de poner en peligro su vida y la de su familia.
Petro cometió un error garrafal al expresarse como el patrón de una finca, pero en ningún momento usurpó las facultades de la Fiscalía
Es cierto que, en medio del rifirrafe, Petro –que sabe a la perfección que en este país existe la separación de poderes– cometió un error garrafal al hablar como patrón de finca. Sin embargo, en honor a la verdad, hay que decir también que en ningún momento usurpó las facultades de la Fiscalía ni dio orden alguna que pusiera en peligro real la autonomía, la autoridad ni la seguridad de Barbosa, cuya reacción fue recogida y difundida con estridencia por periodistas, analistas y políticos que, en medio del despiste, el afán o el oportunismo, no hicieron más que sobredimensionar las declaraciones presidenciales, sin detenerse a analizarlas a fondo.
Por fortuna, en un gesto de sensatez, y en aras de la armonía que debe prevalecer entre las diferentes ramas del poder público, el mandatario salió a recoger velas. La cumbre con los magistrados de las altas cortes debe verse como un paso muy positivo; así como lo sería un reencuentro con el Fiscal General, cuando este regrese al país, para ponerle punto final a esta pelea estéril.
Eso sí, aún falta saber cuándo y por qué se deterioró la relación entre los dos funcionarios, luego de las cordiales citas que tuvieron a comienzos de año en la Casa de Nariño, y tras las cuales el propio Barbosa decía que se sentía más cómodo con el gobierno de Petro que con el de Duque.
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Colofón. Muy interesante la entrevista de María Isabel Rueda con Felipe López, fundador y expropietario de Semana, y quien es poco dado a hablar en medios. “Yo no creo que esto vaya a acabar bien, pero tampoco estoy entre los que creen que va a ser el fin del mundo”, dijo el nieto de Alfonso López Pumarejo, artífice de la ‘Revolución en marcha’, a la que tanto se refiere Petro en sus discursos. No obstante, anticipa López, “serán cuatro años de mucha turbulencia”.
VLADDO