Una de las soluciones que se plantearon en el 2021 para apaciguar a los jóvenes del estallido social fue la promesa de Duque de volver a los consejeros de juventud cargos de elección popular. El año pasado se prendieron algunas alarmas por parte del CNE que afirmaba que era posible que este año no se pudieran realizar las elecciones por falta de presupuesto, lo cual, sumado al descontento que expresaron los jóvenes en el Consejo Nacional de Juventudes ante el abandono del Gobierno, expuso lo que muchos ya sabíamos: se apropiaron de nuestras banderas solo para llegar al poder y no para acompañar nuestras luchas.
La alerta parece haber quedado atrás, pues dicen que a finales de este año votaremos nuevamente por estas figuras, pero el olvido del Gobierno a las juventudes aún no cesa. A finales del año pasado, la bancada de Cambio Radical radicó una propuesta para reformar el estatuto de la juventud cuya discusión tendría lugar en los meses de marzo y abril. A hoy, no ha tenido su primer debate haciendo que la democracia y la participación de mi generación corran peligro.
Los consejeros de juventud que se postularon parecían haber seguido una frase del difunto papa Francisco, quien, con su ternura característica, nos alentaba porque conocía las frustraciones de ir contra el sistema. “Cada uno sueña cosas que nunca van a suceder, pero hay que soñarlas, desearlas y abrirnos a cosas grandes. Soñar que el mundo con vos puede ser distinto”. Muchos crearon canales de comunicación exponiendo sus propuestas, mostrando trabajos sociales que habían adelantado sin reconocimiento alguno y otros, aprovechando el megáfono y guiados por la esperanza del cambio, denunciaron situaciones políticas que impedían la transformación que buscábamos.
Sin embargo, esa voz fue perdiendo fuerza. Los sueños independientes y populares fueron aplacados por las maquinarias de los partidos políticos que se quedaron con la mayoría de curules; desconocidos por los gobiernos locales en su inclusión en las discusiones del plan de desarrollo; y, olvidados por los mismos consejeros quienes no tuvieron salario, tiempo o capacidad de gestión para materializarlos. Todo lo anterior ha llevado a que jóvenes afirmen con vehemencia que “esos cargos no sirven para nada” o que la decisión de Duque fue un paño de agua tibia que se enfrió en demasía en este gobierno.
Los sueños independientes y populares fueron aplacados por las maquinarias de los partidos políticos que se quedaron con la mayoría de curules
La reforma del estatuto busca que los candidatos independientes tengan cabida como consejeros y que se reconozca la figura de su rol en la toma de decisiones locales o municipales que afecten directamente a esta población. De este modo, “el 30 % por ciento será elegido por listas presentadas por los jóvenes independientes, el 30 % por ciento postulados por prácticas organizativas de los jóvenes, y el 40 % restante por partidos con personería jurídica vigente”. Si bien es una buena idea cambiar el estatuto para que haya más participación diversa, este es un cambio mínimo y estético frente a los verdaderos problemas de los consejeros.
Necesitamos que esas figuras se fortalezcan y transformen en gestores aliados de las alcaldías, otorgándoles presupuesto para poder llevar a cabo sus iniciativas. Lo que pedíamos los jóvenes no era únicamente ser representados, sino poder gestar el cambio que nos soñábamos. Ahora bien, el desconocimiento de la gestión no siempre es señal de su falta y considero que los actuales consejeros tienen la tarea de mostrar su gestión y de cambiar esa narrativa que se cierne sobre ellos de que el espacio de representación no sirvió para nada. Tienen los días contados para mostrar lo que hicieron en estos cuatro años o para denunciar las piedras que se han encontrado en el camino, es el momento de exigir una conversación más amplia sobre el rol de los jóvenes en la transformación social del país.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR