No son alentadoras, por desgracia, las noticias que llegan desde las dos guerras que hoy mantienen en vilo al planeta: la surgida de la invasión de Rusia a Ucrania y la que sostiene Israel con Hamás y que ahora, por la tensión de este país con Hezbolá, amenaza convertirse en un conflicto regional de mayor intensidad.
Los últimos días han sido de varios hechos relevantes en ambos frentes. En el primero, el del oriente de Europa, la sorpresiva invasión de las tropas ucranianas a la provincia rusa de Kursk levantó la moral de un ejército que llevaba varios meses en el difícil rol de contener la embestida de Moscú, sin mayores avances. Una pequeña victoria que, además, volvió a mostrar las costuras logísticas de su contraparte rusa, siempre en dificultades cuando le corresponde atender dos frentes urgentes de forma simultánea. La propaganda ucraniana no vaciló en difundir rápidamente por redes sociales imágenes de soldados enemigos rindiéndose, mientras el por lo general imperturbable Vladimir Putin se mostró evidentemente contrariado.
No obstante, este logro está lejos de marcar un punto de giro en la historia de este conflicto: analistas coinciden en que, en el mejor de los casos, Kiev podrá obtener de esta aventura una mejor posición a la hora de negociar intercambios de prisioneros. Más allá de esto, Rusia sigue avanzando en el frente del río Dniéper y no aparece en el panorama una luz que traiga esperanza sobre un eventual final de este conflicto. El brutal ataque contra estructuras energéticas en Ucrania este lunes así lo confirma.
Mientras tanto, en el Medio Oriente crece la tensión por la controversial decisión de Israel de adelantar un ataque preventivo masivo contra Hezbolá, milicia chiita que recibe apoyo directo de Irán. Esto abre otro frente de guerra, y se alimenta el temor general de que en esta parte del mundo se desate una confrontación de mayor escala.
El frente abierto en el norte de Israel, en el enfrentamiento con Hezbolá, aumenta el riesgo de un conflicto mayor en Oriente Medio.
Al ataque ordenado por el primer ministro Benjamin Netanyahu, que vive su propia encrucijada interna a raíz de la pérdida de apoyos, no obstante un reciente repunte, le siguió una respuesta que incluyó el lanzamiento, por la milicia, de más de 300 cohetes que, por más que estuvieran dirigidos a blancos militares, sembraron el terror. Aunque hasta el momento ni Tel Aviv ni Teherán han mostrado disposición para embarcarse en una guerra de este calado, una confrontación desbocada entre Israel y Hezbolá bien puede terminar en un escenario así.
Al mismo tiempo, avanzan en Egipto las negociaciones para lograr una tregua en el otro frente, en Gaza. Y, por su lado, el primer ministro de India, Narendra Modi, lanzó la idea de una conferencia internacional para buscar un respiro en la guerra entre Rusia y Ucrania. A falta de una luz en ambos frentes, estos tenues destellos son buenos y hay que apoyarlos. Ante la desolación que dejan dos conflictos que tienen en común encontrarse en callejones sin salida, la diplomacia es una bocanada de aire fresco. En los libros de historia quedarán registrados quienes cumplieron con el deber moral ineludible de no dejar apagar la llama de la esperanza.