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Editorial

Cartas a Francisco

No solo las cartas de los fieles le esperan al pontífice, también la tarea de consolidar su legado.

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A muchos les sorprenderá que en estos tiempos digitales personajes como el papa Francisco reciban todavía cartas en papel. Lo que llama la atención y da pistas sobre la trascendencia de su figura es que durante su reciente convalecencia el volumen de epístolas que a diario le llegan al jesuita argentino se haya incrementado en una increíble cantidad de 125 kilos diarios.
El pasado 13 de marzo se cumplieron 12 años de su pontificado. Y es claro que su tiempo al mando de la Iglesia católica empieza a entrar en su recta final, más allá de los votos que hacemos para que concluya con éxito su recuperación. Si en algo coinciden los vaticanistas es en que tras este episodio de bronquitis aguda a Francisco le quedará más complejo, por razones estrictamente ligadas a su edad y a su condición física, retomar el ritmo de trabajo que llevaba con múltiples audiencias, viajes y celebraciones litúrgicas.
El vigor que lo ha caracterizado, además de su sonrisa, tendrá que darle paso a una serenidad de anciano sabio a la que deberá apelar para que su legado se cristalice en reformas concretas. Esas que sus corresponsales seguramente esperan. Que su tiempo como Papa sacudió a la Iglesia, no hay duda; es evidente también que sus posturas críticas frente a temas como la migración, el ambiente y la economía le han permitido cosechar afectos, incluso, en grupos que antes eran más bien hostiles a la Iglesia católica.
La voz y el peso de una parte de la Iglesia católica estadounidense, junto con otros sectores que se han opuesto a Francisco, siguen siendo considerables.
También se cae de su peso que algunos sectores de la Iglesia no se han sentido cómodos y ya están preparando la antesala de un cónclave que en días pasados y cuando los partes médicos eran más lacónicos pareció inminente. Aquí entra a jugar un rol preponderante de una parte significativa –y relevante en términos económicos, por los diezmos de sus fieles– de la Iglesia católica estadounidense que en el pasado se ha alineado abiertamente con el actual presidente Donald Trump.
Es de Perogrullo decir que el Vaticano, más allá de los asuntos del espíritu, no es ni mucho menos ajeno a la política mundial. Temas polémicos como el reconocimiento de la realidad de las parejas LGBTIQ+, la eventual isión de sacerdotes casados y una mayor participación de las mujeres son, como en otros contextos, poderoso factor de división. Avances concretos en estos y otros asuntos sensibles quedaron en estudio por parte de las mesas de trabajo conformadas tras el Sínodo de la Sinodalidad y ahora encuentran aguas más tormentosas a causa de las nuevas realidades de la política mundial. La voz y el peso de una parte de la Iglesia católica estadounidense, junto con otros sectores que se han opuesto a Francisco, incluso abiertamente, siguen siendo considerables.
Queda planteada la pregunta de si en el tiempo que le resta como pontífice Francisco podrá consolidar su legado, quizás motivado por una parte importante, mas no absoluta, de los fieles que han visto en él una fuente de esperanza y renovación. En la otra orilla seguirán quienes –también con argumentos válidos– se han resistido a su estilo y a las reformas. Tras la prueba que pasó –así se ha referido a su crisis de salud– deberá discernir, a la luz de unos tiempos tormentosos y del futuro de la Iglesia y de la propia humanidad, a qué dedicar sus mermadas fuerzas.

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