La Organización Mundial de la Salud, en el marco del Día Mundial sin Tabaco, alertó de que el cultivo de esta planta no solo es perjudicial para la salud, sino que también afecta de manera grave el bienestar de los agricultores y la estabilidad de muchos ecosistemas del planeta. Tras décadas de campañas advirtiendo sobre las consecuencias para la salud del cigarrillo, ahora surge un nuevo capítulo que toca el ambiente.
En ese sentido, la Organización argumenta que el tabaco se cultiva en más de 124 países, ocupando tierras que podrían dedicarse a cultivos para alimentar a millones de personas, lo que reduciría la inseguridad alimentaria; lo anterior pone sobre la mesa el dato –sin duda polémico– de que se trata de un cultivo que no es tan rentable (para cultivadores y países) como contrariamente se manifiesta desde sectores industriales estructurados en este insumo.
De ahí que, como parte de la campaña anual para erradicar el consumo de tabaco y sus derivados, la OMS haga un llamado a los gobiernos para que apoyen una transición de los cultivadores tradicionales de esta planta hacia siembras alternativas, que debe empezar por eliminar los subsidios que en algunas partes se otorgan a los tabacaleros y que estos recursos se reasignen para la producción de vegetales con alto valor nutricional.
No obstante los esfuerzos de las últimas décadas para generar conciencia, el tabaquismo sigue causando más de 34.000 muertes anuales.
Aunque lo mencionado –de por sí– merece toda la atención, no sobra recordar que el cigarrillo mata cada año en el mundo a más de 8 millones de personas y que los procesos de elaboración afectan negativamente el agua, el suelo, las playas y las calles de las ciudades con productos químicos, residuos tóxicos, colillas, microplásticos y desechos, incluidos los que últimamente se derivan de los cigarrillos electrónicos; sin dejar de lado que el humo que se desprende de este consumo aumenta los niveles de contaminación del aire.
Basta ver las alarmantes cifras publicadas esta semana por la Secretaría del Convenio Marco de la OMS para el control del Tabaco (FCTC, por su sigla en inglés), que dan cuenta de 600 millones de árboles talados para hacer cigarrillos, 84 millones de toneladas de emisiones de CO2 que al llegar a la atmósfera elevan la temperatura del planeta, y de 22.000 millones de litros de agua utilizados por esta industria, que si se comparan con el nulo beneficio y los daños que deja el consumo de todos los derivados del tabaco, dejan un claro balance que obliga a tomar decisiones firmes en favor de la gente y del planeta.
Las autoridades nacionales no deben echar en saco roto las recomendaciones de la OMS, y más al tener en cuenta que –según los datos derivados de la Encuesta Nacional del Consumo de Sustancias Psicoactivas (2019), recientemente analizadas por el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana– unos 827.000 jóvenes de entre 12 y 21 años han consumido cigarrillo alguna vez en su vida. Además, según ese análisis, se mantiene el inicio temprano de este consumo y, no obstante los esfuerzos, el tabaquismo sigue causando más de 34.000 muertes al año, con costos que superan los 17 billones de pesos. Razones suficientes para que el tema no se diluya en su humo.
EDITORIAL