Contar la Resistencia

A inicios de 1940, el escritor italiano Italo Calvino participó en la lucha partigiana uniéndose a la Brigada Garibaldi. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, él y toda una generación de jóvenes quisieron contar lo que había significado esa experiencia vital; sentían la necesidad existencial de describir el clima de esa época, clima cultural que después vendría a ser conocido como “neorrealismo”. El “neorrealismo”, como lo describe el mismo Calvino, fue el descubrimiento de varias Italias compuestas por voces periféricas e inéditas para la literatura. El resultado de ese ímpetu juvenil, en el caso de Calvino, fue la publicación, en octubre de 1947, de su primera novela: El sendero de los nidos de araña. 

En esta obra, Calvino decide narrar la historia de la Resistencia a través de los ojos de Pin, un niño pícaro que, de manera imprevisible, se une a la lucha partisana en un destacamento compuesto por jóvenes toscos, incluso grotescos, cuyo único elemento común es no tener conciencia de clase, es decir, en términos políticos, no saben por qué están luchando.

Frente a las grandes épocas históricas, la Historia con H mayúscula, como es el caso de la Resistencia, se pueden tomar dos posiciones políticas: subestimarla o mitificarla. La Resistencia podía convertirse en un mito o caer en el olvido. En el prefacio escrito en 1964 para una nueva edición del libro, Calvino nos cuenta que quería combatir en esos dos frentes. Frente a los primeros, a los que negaban la importancia de la Resistencia, Calvino decidió representar en su novela no a los mejores partisanos, sino a los peores posibles. Y afirma, refiriéndose a los detractores de la Resistencia: “Incluso en aquellos que se lanzaron a la lucha sin una razón clara, actuó un impulso elemental de redención humana, un impulso que los hizo cien mil veces mejores que tú, que los convirtió en fuerzas históricas activas que tú nunca podrías llegar a ser”.

Y con respecto al segundo frente, al de la “cultura de izquierda” que todo lo quiere romantizar y a todos los quiere convertir en héroes, a esos “sacerdotes de la revolución” Calvino les dice: “¿Quieren el ‘héroe socialista’? ¿Quieren el ‘romanticismo revolucionario’? Entonces yo les escribo una historia de partisanos en la que ninguno es héroe, ninguno tiene conciencia de clase. Les represento el mundo de las lingère, ¡les represento el lumpenproletariado! (…) Y será la obra más positiva, ¡más revolucionaria de todas! ¿Qué nos importa del que ya es un héroe, del que ya tiene conciencia? ¡Lo que hay que representar es el proceso para llegar a ella!”. 

Esta fue la doble polémica a la que Calvino se enfrentó. Y para hacerlo deformó los rostros de las personas que había conocido, de los compañeros con los que había compartido el riesgo de morir.

La literatura y la experiencia de vida no son dos universos, sino uno, dice Calvino. Por esto, este libro nace de obras como Por quién doblan las campanas, novela sobre la guerra civil española que Hemingway había escrito siete años antes, y de la literatura rusa de la guerra civil antes de que esta se convirtiera en la “literatura soviética oficial”.

Calvino, a pesar de no describir la experiencia partisana en primera persona, acabó contando su propia historia. Porque, nos dice, esa relación atípica y extraña entre Pin, un niño, y la guerra partisana era la misma relación que tenía él, como burgués, con la lucha partisana.

Y así, a través de esta conmovedora fábula, Calvino acabó describiendo la Resistencia de la mejor manera posible, porque, casi siempre, la Historia con H mayúscula opera de esa forma: pequeñas acciones de la vida cotidiana van trazando un camino que solo se comprende al volver la vista atrás.