Después de varias semanas de incertidumbre, la mesa directiva de la Cámara de Comercio de Bogotá (CCB) eligió a su nuevo presidente, el abogado José Ovidio Claros Polanco, quien en el pasado también estuvo al frente de la Contraloría de Bogotá, fue magistrado del Consejo de la Judicatura y representante a la Cámara, entre otros importantes cargos. Quizás por ello su perfil se haya asociado más a la actividad pública que a la privada, y de ahí las expectativas que ha generado su designación.
La CCB es un ícono no solo por su labor en pro de empresas y sociedades de la región, sino porque su historia de casi siglo y medio de existencia ha corrido en paralelo con la de la ciudad capital. Desde sus primeras oficinas, en viejas casonas de Chapinero, hasta sus modernas instalaciones de hoy, la Cámara ha sido clave en la creación de entidades como el Banco de la República, el apoyo a un nuevo sistema de acueducto para Bogotá, la construcción de la Estación de la Sabana, y creó el Centro de Arbitraje y Conciliación para que un tercero fiable ayudara a resolver los conflictos.
Hoy, la CCB cuenta con 500.000 empresas afiliadas y un presupuesto anual de 360.000 millones de pesos. Pero su verdadera valía está en la confianza que genera entre grandes y pequeños empresarios, en particular estos últimos, que constituyen cerca del 90 por ciento de sus afiliados. Es tarea esencial de la Cámara promover y alentar la formalización empresarial y, por esa vía, fomentar la creación de más y mejores empleos.
El desafío que tiene el nuevo timonel de la CCB: propiciar un ambiente de diálogo, concertación y un manejo diáfano de la entidad.
Por ende, el registro mercantil y los tribunales de arbitramento son dos pilares que hacen de las cámaras en general un referente de transparencia y garantía tanto para el sector público como para el privado, que pueden ver protegidos y salvaguardados sus derechos. El pago de registros se destina a programas empresariales, en especial a los más pequeños. Y la istración de recursos oficiales, aunque es un organismo privado, ha permitido a la CCB impulsar iniciativas que han redundado en beneficio de la ciudadanía. Su legado histórico así lo ha demostrado.
Estos antecedentes reivindican la necesidad de que las cámaras de comercio sigan conservando su carácter independiente, lejos de los afanes políticos; que sus juntas directivas sigan siendo prenda de garantía de una labor eminentemente enfocada a propiciar espacios de crecimiento y fortalecimiento del aparato productivo de la región –en el caso de Bogotá– y del país.
Ese es el desafío que tiene el nuevo timonel de la Cámara de Comercio de Bogotá: promover un ambiente de diálogo, concertación y un manejo diáfano de la entidad; dejar atrás la controversia suscitada en torno a su selección y emprender rumbos de entendimiento hacia el futuro, máxime cuando se ciernen sobre la economía nubarrones que requieren la salvaguarda de organismos como la CCB.
Optar por un camino contrario llevaría al desestímulo y la pérdida de confianza en un organismo que, como lo dijimos, ha sido baluarte en la construcción de ciudad y ciudadanía. Recibe el nuevo presidente de la CCB una entidad con un prestigio bien ganado, tanto a nivel local como internacional. Hay que desearle lo mejor en su gestión porque de allí dependerá el éxito de la Cámara.
EDITORIAL