Hace 75 años, al mediodía del viernes 9 de abril de 1948, el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado a la salida del edificio del centro de Bogotá en donde quedaba su oficina. Como se ha narrado en crónicas de prensa, en series de televisión, en largometrajes de ficción, en documentales, en obras de teatro y en novelas, luego del crimen vino esa confluencia de levantamiento social, revolución fallida, rapiña, violencia indiscriminada, incendio y guerra campal que se llamó el Bogotazo. Sigue revisándose esa historia colombiana, cinco generaciones después, como en otros países se vuelven a narrar las batallas y sus puntos de quiebre, porque continúan invitándonos a la reflexión sobre la violencia política, la desigualdad y el fanatismo.
El pulso tenso entre nuestros dos grandes partidos políticos de los dos siglos pasados, el Partido Conservador y el Partido Liberal, ocasionaron tanto las confrontaciones devastadoras como episodios de vergonzoso salvajismo que llenaron a tantas familias de prejuicios y de resentimientos: superado el conflicto que siguió al Bogotazo y que fue conjurado por obra y gracia del Frente Nacional, un pacto de paz diseñado para frenar el desangre que no logró detener el fenómeno del paramilitarismo y el crecimiento de las guerrillas, la violencia ha seguido reencarnándose, ahora alimentada por el narcotráfico, hasta estas primeras décadas del siglo XXI no obstante los esfuerzos constantes por desmontarla.
Siguen contándose la desazón y el desmadre de ese 9 de abril de 1948 en nombre de una república que ha tratado de aprender de sus errores y de tantas víctimas que han ido quedando en el camino de luchas fratricidas. Se ha tomado aquel viernes de pesadilla como una fecha determinante, definitiva de la historia de Colombia, pues su lección siempre vigente –que no olvida el mito de Gaitán, el líder asesinado que se pasó la vida señalando las injusticias– es la urgencia de atender las necesidades de la sociedad y de encontrar en el andamiaje perfeccionable de la democracia el escenario para el acuerdo y la convivencia entre antagonistas.
EDITORIAL