Podría decirse que desde hace cuatro décadas la recuperación del galeón San José, hundido con su cargamento en 1708, en la batalla de Barú, ha sido una política de Estado. Desde la semana pasada, un grupo organizado por la directora del Icanh, Alhena Caicedo, que no solo suma los serios estudios y las capacidades de la Armada Nacional, sino las competencias de la Agencia de Defensa del Estado, ha continuado la misión de rescatar las riquezas y los restos de la embarcación –avaluados en diez mil millones de dólares– en las profundidades del mar Caribe. Y es refrescante que se presente, desde el Ministerio de las Culturas, como una iluminadora investigación de nuestro patrimonio arqueológico sumergido.
El ministro de las Culturas, Juan David Correa, fue reflexivo en el arranque de esta nueva etapa de la exploración: “Los restos que se encuentran a 300 o más metros de profundidad en el mar de Barú podrían darnos más luces sobre cómo era el comercio transatlántico en el Caribe y los circuitos comerciales de la América española”, dijo. Hay un valioso tesoro allá abajo, pero es, sobre todo, el conocimiento de esta suma de culturas que sigue pensándose modos de transformarse, de mejorar.
Resulta aleccionador, en los artículos que se han publicado en nuestros medios sobre esta etapa de la investigación del galeón, el hecho de que se haya llegado a este punto tan determinante gracias a la preparación de años y años de los funcionarios del Icanh, de la Armada, de la Agencia de Defensa. Se trata de un recordatorio justo de que contamos con talentos que se han capacitado para darnos luces y para reunir las piezas de esta historia compleja y digna de ser narrada al mundo. Un patrimonio en mar territorial de Colombia que hay que cuidar y defender. El empeño es loable, pero es momento también de ser prudentes con las declaraciones públicas, que pueden abrir innecesarias puertas jurídicas que en nada convienen el país.
EDITORIAL