Así como son momentos de reencuentros y alegría, las fiestas decembrinas suelen servir también para recordar asuntos que no marchan como quisiéramos en la sociedad. Uno de ellos, el ruido excesivo. Para la muestra, este lunes, en el festivo de Reyes, la periodista Ana Cristina Restrepo denunció, en X, que el carro en el que se movilizaba fue atacado a piedra luego de pedirle a un grupo de personas que bajaran el volumen de la música.
En otros casos, las agresiones por este mismo motivo han terminado incluso en homicidios, razón por la que urge que la Policía haga cumplir sus procedimientos de control del ruido y acuda oportunamente a los llamados de la comunidad que se siente afectada. En sintonía con este propósito, es destacable el proyecto de “ley contra el ruido” que hace su trámite en el Congreso y que ya fue aprobado en primer debate. Esta norma busca actualizar las políticas de control, vigilancia y sanción de la contaminación auditiva, garantizando la calidad de vida de los seres humanos, animales y la protección del medioambiente.
Pero más allá del ejercicio de la autoridad, también es cuestión de crear consciencia, del cumplimiento mínimo de las normas de convivencia y de respeto hacia el otro. Bajar los decibeles no solamente del sonido, sino de la violencia como respuesta.
Ahora que cada vez es más fácil acceder a dispositivos como equipos de sonido y parlantes, depende de cada quien usarlos con responsabilidad para que sus libertades no terminen perturbando los derechos de los demás. Más allá de encumbradas discusiones como las que generó en redes sociales la denuncia de Restrepo, se trata de ponernos de acuerdo en algo tan básico como que nada faculta ni justifica a una persona para que invada la tranquilidad del otro por cuenta de su euforia. Es un trabajo cultural que no da espera. Mientras tanto, bienvenidas las normas para proteger a los afectados y darle a la autoridad herramientas para actuar.
EDITORIAL