La confirmación del gobierno de Nicolás Maduro, esta semana, de su rol como garante en el inminente proceso de paz entre el Gobierno colombiano y el Eln no solo fue una evidencia del ritmo que está tomando el restablecimiento de los diálogos, sino que revivió la sensible discusión y los interrogantes sobre cuáles tienen que ser las bases de la posible negociación.
Conviene recordar que, de concretarse, no será este el primer diálogo con esa guerrilla. Puede decirse que desde 1990 todos los gobiernos lo han intentado, sin éxito, de una u otra manera, bien sea bajo el paraguas de la extinta Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar o directamente con el Comando Central de la organización o sus delegados. Todavía se recuerdan las mesas de Tlaxcala, Caracas, Maguncia, Quito y La Habana, más recientemente. Todos esos esfuerzos terminaron empantanados en exigencias de los elenos imposibles de cumplir por las delegaciones gubernamentales, comenzando por su viejo anhelo de una convención nacional, con pretensiones de modificar la Constitución, algo sobre lo cual la sociedad colombiana siempre ha estado muy vigilante.
De cara a este nuevo intento, del que ya se han dado algunas puntadas, conviene tener en cuenta algunos puntos claves. El primero toca necesariamente a Venezuela y a Nicolás Maduro. Es difícil pasar por alto las muy graves acusaciones recientes sobre complicidad de su régimen con el Eln del otro lado de la frontera. Conocedores de la situación en la zona hablan incluso de maniobras militares conjuntas entre integrantes de la Guardia Bolivariana y guerrilleros. De allí el desafío de que Maduro, cuyo papel en este proceso genera reservas de varios sectores en Colombia y Estados Unidos, demuestre lealtad únicamente con el anhelo de paz del pueblo colombiano y por esa vía honrar su condición de garante.
En esta tónica de generar confianza, no solo entre las partes sino, más importante, de cara a la opinión pública, se hacen imprescindibles, así mismo, gestos concretos y claros de paz del Eln. No se equivocan los analistas que a estas alturas han sacado el rasero, notando que del lado gubernamental ya se han visto varios, mientras que del grupo guerrillero han sido escasos, quizás solo uno: la liberación de seis integrantes de la Fuerza Pública que mantenía secuestrados en Arauca. A todas luces insuficiente: urge, por lo pronto, un cese del fuego.
Si bien el Eln se ha fortalecido en los últimos años copando algunos de los espacios dejados por las Farc, es un actor más entre los diferentes grupos armados que hoy azotan varias regiones del país
Siguiendo con las movidas del Ejecutivo, previas a la instalación de la mesa, es bueno unirse a las recomendaciones que ya han hecho expertos en este tipo de negociaciones de evitar dar señales de concesiones sin que los negociadores se hayan sentado aún a dialogar. Hace falta que primero se concrete el intento, lo que, de paso, supone unas reglas claras que garanticen una negociación fluida que comience pronto a dar frutos en términos de compromisos concretos y firmados con tiempos y alcances bien establecidos. Sería incomprensible ignorar lo ya avanzado de forma conjunta en el más reciente intento de negociación. De este quedó un memorando firmado por ambas partes, que bien podría ser tomado como punto de partida. Este comprometía al Eln a cesar el secuestro, el reclutamiento de menores, la instalación de artefactos antipersonales y los atentados contra la infraestructura.
En cuanto a lo que se espera de un eventual acuerdo final, desde ya hay que mencionar la entrega de bienes, rutas e información, así como la plena garantía de que sus víctimas tendrán derecho a la verdad, la reparación y la no repetición. Esto tiene que ser, sin que quepa la menor duda, un inamovible, respaldado por los antecedentes internos. Colombia ya cuenta con una institucionalidad surgida del acuerdo con las Farc, entre ellas la Jurisdicción Especial para la Paz. La suerte jurídica de los integrantes del Eln en una eventual desmovilización deberá seguir la ruta de verdad y reparación que ha trazado esta jurisdicción, para lo cual será indispensable avanzar en la superación de las demoras que ha tenido, asumidas como lecciones para que hechos como la aplicación de condenas se surtan con celeridad.
Los intentos de paz siempre serán bienvenidos en un país de largos años de violencia. Pero se necesitan pasos ciertos. Hay que señalar, también, que si bien el Eln se ha fortalecido en los últimos años, copando algunos de los espacios dejados por las Farc, es un actor más entre los diferentes grupos armados que hoy azotan varias regiones del país. Y que, por más que sus líderes intenten desvirtuarlo, su dinámica actual, sus fuentes de financiación y sus estrategias están en la misma línea de las de las bandas que buscan acceder a rentas de economías ilegales, en especial el narcotráfico y la minería ilegal. Esto último, lo que es hoy el Eln, tiene que ser tomado en cuenta por los negociadores del Gobierno a la hora de revisar sus ambiciosas pretensiones.
EDITORIAL