Fue reconocido en vida, por supuesto; fue premiado por los gobiernos, aplaudido por sus colegas y aclamado por su público, pero la noticia de su muerte fue la noticia de la partida del creador de dos hitos culturales caribeños del siglo XX tan grandes que en un principio se tiene la tentación de pensar que siempre estuvieron ahí: el sello disquero Fania y el concepto de la música salsa, ni más ni menos. Johnny Pacheco, que nació el 25 de marzo de 1935 en República Dominicana y creció bajo la mirada de un padre que le contagió el amor por el arte, fue todo lo que un músico puede y quiere ser: compositor, arreglista, director, productor e intérprete. Aprendió de percusión en la Academia Juilliard de Nueva York. En sus 20 tocaba ya con los mejores.
Fue en los años 60 –hecho un curtido percusionista que dirigía la orquesta Pacheco y su Charanga– cuando empezó a convertirse en una de las fuerzas más determinantes de la música popular: no solo creó el sello Fania, con el empresario norteamericano Jerry Masucci, sino la orquesta Fania All Stars, y les abrió paso a artistas tan importantes como Rubén Blades, Celia Cruz, Willie Colón y Héctor Lavoe. Inventó entonces un nuevo sonido –urbano y orgulloso de su origen– que no le temía a la mezcla de la música afrocubana con el funk, el jazz, el rhythm and blues. Trabajó en bandas sonoras de películas. Llenó estadios del mundo entero. Estuvo detrás de canciones como Juliana, Quimbara y Agua de clavelito.
Fania dejó un poco más de mil álbumes porque el espíritu de Pacheco, lleno de humor y de ganas de vivir, fue el de la generosidad, el de la solidaridad entre colegas. No por nada Marc Anthony le agradeció ayer, en sus redes, por estar siempre para él. Richie Ray lo despidió como “la persona más importante para el desarrollo de la salsa a nivel mundial”. Y Eddie Palmieri resumió el asunto con la frase “se nos va una leyenda”. Pacheco fue un maestro: gracias a él comenzó una forma de ser y un modo de hacer música.
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