El mundo está nervioso. Y no es para menos. Durante años –incluida Rusia–, se hicieron enormes esfuerzos –y también grandes concesiones– para frenar el avance nuclear de Corea del Norte, en el entendido de que semejante poder en manos de una dictadura imprevisible y que es capaz de sumir en el hambre a su pueblo para concentrar sus recursos en el desarrollo armamentístico no haría más que crear caos e inestabilidad en una península que ya sabe lo que es una guerra (1950-1953) de la que aún se sienten sus consecuencias.
Es difícil pedirles sensatez a Putin y a Kim, pero Occidente sí debe buscar con determinación contener las amenazas que
se ciernen en
el horizonte
Pero la reciente visita del presidente ruso, Vladimir Putin, necesitado de misiles y municiones para sostener su agresión contra Ucrania, le da un impulso geopolítico de imprevisibles consecuencias al estatus agresivo de Kim Jong-un y podría elevar la apuesta nuclear norcoreana a niveles insospechados, ya que ambos países firmaron un acuerdo de asistencia militar mutua en caso de agresión a sus territorios, que incluye un apartado tecnológico que eventualmente abre la puerta a que los muchachos del líder norcoreano perfeccionen las capacidades de sus misiles balísticos y solucionen sus problemas de vuelo. Una amenaza extrema que les daría capacidad, incluso, para golpear territorio continental estadounidense.
Por eso Putin fue recibido casi como un emperador. Tras 24 años, su periplo estuvo lleno de alegorías a la gloria soviética, a las luchas comunistas y a sistemas estratégicos de alianzas ideológicas que guían al mundo no a una época de paz y prosperidad sino a la de las tensiones de la Guerra Fría, con toda su carga de incertidumbre y angustia existencial.
El aislado heredero de la dictadura familiar recibió, por su parte, un baño mediático global y de legitimidad aupado por otro líder aislado con problemas en el frente ucraniano, pero empeñado en constituirse en un dolor de cabeza para Europa y más allá. Esto no hizo más que confirmarse con la amenaza lanzada poco después de la visita a Pionyang en la que dijo que podría contemplar la posibilidad de entregar armas a Corea del Norte, así como los países de la Otán lo hacen con Ucrania.
Todo ello, ante la mirada alarmada de Corea del Sur y de Japón, especialmente, que en innumerables ocasiones han visto amenazada su seguridad por el imprudente lanzamiento de misiles de prueba del vecino comunista. Y también ante el disgusto de China, que a pesar de ser el histórico aliado del régimen norcoreano no debe estar conforme con el cariz que tomó la visita del ruso porque la reacción de Seúl, Washington y Tokio será fortalecer su alianza, lo que probablemente provocará que hagan más presencia en una región que es del interés estratégico de Pekín. Todo a cambio de los cinco millones de proyectiles y los miles de misiles balísticos que los norcoreanos han hecho llegar en secreto a los rusos desde el inicio de la invasión a Ucrania en 2022 y que violan las prohibiciones de Naciones Unidas.
Es difícil pedirles sensatez a Putin y a Kim, pero sí determinación a Occidente para buscar contener unidos las amenazas que se ciernen en un horizonte de por sí oscuro. El mundo no aguanta una guerra más.
EDITORIAL