La atestiguación más dolorosa de que tener el más sofisticado aparato militar del mundo no blinda la seguridad de los ciudadanos de un país fue lo sucedido el pasado 7 de octubre con el ataque terrorista de Hamás, que mató a más de 1.200 israelíes, secuestró a cientos de ellos y desató la más letal reacción israelí en Gaza (25.000 muertos, según Hamás).
Por eso Israel, consciente de las terribles experiencias, pero también decidido a darle vuelta a una situación insostenible, debería entender que jamás va a tener paz para su pueblo sin una Palestina al lado, conviviendo en seguridad: la solución de dos Estados.
En ese orden de ideas, son loables los esfuerzos de la Unión Europea, muy en particular de su representante de Exteriores, Josep Borrell, de sacar adelante una hoja de ruta para poner fin al conflicto y abrir negociaciones de paz lideradas por la comunidad internacional, que incluirían una conferencia que siente las bases de negociaciones directas entre palestinos e israelíes. Contra la dinámica de la Conferencia de Madrid (1991) y los Acuerdos de Oslo (1993), esta vez la creación de un Estado Palestino no sería el colofón del proceso sino el comienzo, incluso ante la negativa del gobierno de Netanyahu, y de sectores extremistas de lado y lado.
También incluiría la normalización de las relaciones de Israel con los países árabes y el fortalecimiento de la Autoridad Palestina y de la OLP, lo que supone la marginación de Hamás. Una ambiciosa propuesta que si bien no ha obtenido unanimidad en la UE, está recabando importantes consensos internacionales. Pero, en los corrillos diplomáticos de Bruselas ya se habla de imponer la paz ante la incapacidad de los dos pueblos de un acuerdo, lo que en sí mismo es un lastre indeseado.
Lo urgente, no obstante, es parar el desangre, garantizar el auxilio humanitario a los palestinos y la entrega de los secuestrados israelíes y trabajar en la reconstrucción de Gaza. El plan de Borrell puede ser un enorme paso.
EDITORIAL