Hoy, en el país, 3.868 personas esperan un órgano y 568 un tejido –ocular- para retomar el curso de sus vidas. Estas cifras, en conjunto, conforman la lista oficial de quienes podrían beneficiarse de un acto ligado a los valores más nobles de la sociedad moderna: la donación de órganos.
No es exagerado decir que es una decisión que salva vidas, en razón de que ofrece una segunda oportunidad a personas que padecen enfermedades crónicas o en etapas avanzadas, por compromiso irreversibles de riñones, corazón, hígado, entre otros órganos, en las que un trasplante es la única esperanza que tienen.
Lo inquietante es que, a nivel nacional, el balance donante receptor es deficitario, porque si bien a escala nacional la tasa de donación es de 6,4 donantes por cada millón de habitantes, aún no se alcanza el nivel previo a la pandemia, que era de 8,4 donantes por cada millón de habitantes. Ello se refleja numéricamente en las “listas de espera” y emocionalmente en la incertidumbre dada por la mezcla de angustia y esperanza de quienes las integran y sus familias.
No se puede olvidar que en Colombia todos los habitantes son donantes obligados, salvo que en vida se manifieste lo contrario.
Aquí es necesario decir que los trasplantes no solo son salvadores, sino que también mejoran significativamente la calidad de vida de los receptores, dado que un procedimiento exitoso de este tipo permite que una persona recupere la capacidad para desarrollar actividades productivas y disfrutar de una existencia plena.
Lo anterior sin dejar de lado el alivio que tiene sobre el sufrimiento de pacientes y familiares, además del impulso a la investigación y el desarrollo de este campo en el contexto biomédico. Es sabido, por ejemplo, que tanto los donantes como los receptores aportan información valiosa para mejorar las técnicas de trasplante y los tratamientos médicos relacionados.
No en vano, Colombia se ha granjeado un lugar preponderante en el campo científico vinculado con estas áreas, tanto que ha sido pionera en la región en la realización de algunas de estas cirugías, además de aportar técnicas innovadoras y protocolos terapéuticos que hoy son referencia obligada de profesionales homólogos en muchas partes del mundo.
En este sentido, hay que resaltar que la tasa nacional de trasplantes el año pasado fue de 23,2 procedimientos por millón de habitantes, lo que evidenció un incremento frente a la de 2021, que se ubicó en 18,4 trasplantes por millón; cifras que –valga decir- muestran la recuperación del grave descenso ocasionado por la pandemia.
Más allá de esta mejora, lo importante es insistir en el valor que tiene la donación de órganos, y mucho más en la semana que el mundo dedica a promocionar este acto ligado a la solidaridad y la generosidad humanas, sin olvidar que en Colombia, desde el plano legal, todos los habitantes son donantes obligados, salvo que en vida se manifieste lo contrario de manera explícita.
De ahí que no sobre insistir en que esta debe ser una conversación necesaria en los entornos familiares, teniendo en cuenta que si bien, por un lado, donar órganos es un acto de máximo altruismo, por otro, nadie está exento de llegar a formar parte de las dramáticas listas de espera.
EDITORIAL