Se ha vuelto común escuchar la noticia de que una obra de arte ha sido atacada por ambientalistas. La Gioconda, de Da Vinci, recibió un pastelazo que se quedó en el cristal que la protege, a finales de mayo. La copia de La última cena, de la Real Academia de Artes en Londres, fue utilizada por ecologistas, en julio, para pedir el fin de la explotación petrolera. A principios de octubre, dos activistas se pegaron a un cuadro de Picasso, en Melbourne, para reclamar medidas contra el cambio climático. A mediados del mismo mes, en la National Gallery de Londres, dos jóvenes lanzaron sopa sobre Los girasoles, de Van Gogh. Luego vino el atentado con puré de papa a Los almiares, de Monet, en Potsdam, como estrategia para anunciar “la inminente catástrofe”. Y siguió la acción contra La joven de la perla, de Vermeer, en La Haya.
No es la primera vez que los activistas se valen del arte para enviar sus mensajes. Pinturas como La ronda de noche, de Rembrandt; Venus del espejo, de Velázquez, y Guernica, de Picasso, fueron violentadas por desesperados en el paso del siglo XX. La simulación de vandalización de estos días –los cuadros, como esperaban los ambientalistas, se han salvado gracias a sus vidrios protectores– ha sido, eso sí, un empeño disciplinado, coordinado, que ha conseguido llamar la atención de los medios de comunicación y las redes sociales, pero que no necesariamente ha logrado difundir su mensaje.
Quienes justifican lo ocurrido interpretan el gesto como una súplica para que se tomen acciones concretas en contra de la crisis climática: entienden que los activistas están diciendo que de nada va a servir el arte si ya no hay planeta. Ven que los reclamos han sido transcritos por los periódicos del mundo y que las imágenes chocantes han llegado a los teléfonos de ambos hemisferios. Pero todo indica que habrá que insistir en una educación ecologista y en otras alternativas alejadas de conductas que glorifican la agresión porque estas alegorías a la vandalización solo han sido leídas por pocos como un llamado a que el mundo atienda con urgencia la situación de la Tierra.
EDITORIAL