La decisión del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de renunciar a su aspiración de reelegirse ha significado un verdadero punto de giro en la historia de la actual campaña presidencial del país del norte.
Como es sabido, Biden le dio paso a su actual vicepresidenta, Kamala Harris, mujer afro de origen asiático y exfiscal del estado de California. Su irrupción en la contienda ha significado un extraordinario remezón: de la disputa entre dos octogenarios que a un sector de ciudadanos estadounidenses poco entusiasmaba se pasó a un escenario en el que crece cada día la expectativa por saber si la remontada de la campaña demócrata –en cuidados intensivos tras el desastroso desempeño de Biden en el primer debate– les permitirá cuatro años más de estancia en la Oficina Oval. Al tiempo, muchos en el mundo contienen la respiración ante la incertidumbre que traería un eventual regreso de Donald Trump a este poderoso despacho.
Por el momento, lo claro es que Harris despertó un entusiasmo considerable en las toldas demócratas. Sus mítines de los últimos días han estado marcados por la abundancia de seguidores y su fervor ya se refleja en las encuestas, que dan cuenta del terreno recuperado, al punto de que Harris ya aventaja a Trump en algunos de esos sondeos de opinión política. También le saca distancia en tres estados bisagra muy importantes: Míchigan, Wisconsin y Pensilvania. Este último, terreno clave. Según expertos, quien se imponga allí tiene hasta un 90 por ciento de posibilidades de ganar la presidencia.
En este cabeza a cabeza hay un aspecto fundamental: las emociones. Mientras Harris ha apelado al optimismo, Trump cimienta su aspiración en una visión pesimista, por momentos catastrofista. Un escenario en el que se presenta como redentor. La vicepresidenta, por su parte, ha optado por una senda similar a la de Barack Obama, enarbolando las banderas de la esperanza y la confianza en un futuro mejor. Según el mismo The New York Times, un 87 % de los votantes demócratas están ilusionados con el nuevo semblante de la campaña. Tal entusiasmo se refleja en donaciones –en julio recaudó 310 millones de dólares, el doble de lo conseguido por los republicanos– y en la llegada masiva de voluntarios. El anuncio de su compañero de fórmula, el gobernador de Minnesota Tim Walz, un exentrenador de fútbol americano, de perfil modesto, discurso poco complejo y quien cogió fuera de base a Trump recientemente al calificarlo simplemente de “raro”, parece estar logrando su cometido de conquistar votantes de la clase media.
Mientras Harris ha apelado al optimismo, Trump cimienta su aspiración en una visión pesimista, por momentos catastrofista.
En su contra Harris tiene que la mayoría de votantes creen que su rival está más capacitado para afrontar dos de los principales temas de esta contienda: la economía y la migración. Asimismo, dentro de su partido continúa la oposición de ciertos sector que exige de la aspirante una postura mucho más severa contra Israel. Las diferencias en las encuestas son muy estrechas y es muy difícil a estas alturas un pronóstico. Lo que sí está claro es que una campaña que estaba generando bostezos promete ser emocionante. Ahora bien, se espera también que el nivel del debate suba, pues este país atraviesa un momento en el cual se necesitan ideas y propósito de unión en vez de altos decibeles y más polarización.