La trascendental reunión que tuvo lugar ayer en Washington entre los presidentes Iván Duque y Joe Biden reviste importantes significados para Colombia. El encuentro oficial dejó como principal resultado el nuevo estatus que tendrá el país como aliado extra-Otán de Washington, el mismo del que ya goza un selecto grupo de 17 países.
De esta forma, ser el principal aliado de Estados Unidos en la región, condición que se reafirma con esta decisión, trae ahora unos beneficios tangibles en materia militar y financiera. Es, como lo dijo el presidente Duque, el reconocimiento de unos valores y principios que han permitido mantener una relación bilateral que ya cumple dos siglos.
Es un hecho positivo, cuya importancia aumenta si se mira a la luz de la actual coyuntura. Y, como era de esperarse, ya se sienten en la región las réplicas de un episodio de colosal magnitud en términos geopolíticos como la invasión de Rusia a Ucrania. Hay un nuevo tablero del ajedrez regional definido por nuevos criterios, prioridades y necesidades. Los acercamientos de Washington con Caracas y la “neutralidad” expresada por Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, con respecto a lo ocurrido entre Rusia y Ucrania dejan claro qué tanto cambió, de un momento a otro, la realidad.
Si prosperan los os
de Washington con Caracas, estos deberían ser también favorables para los intereses del país.
El pragmatismo asumido por los países ante escenarios futuros adversos comienza a abrirse paso y a ser, hasta cierto punto, la norma. Es lo que ocurre con Estados Unidos y su búsqueda de alternativas para comprar petróleo, que lo ha llevado a adelantar los mencionados acercamientos con el régimen de Nicolás Maduro. Se trata de un tema espinoso que no estuvo ayer sobre la mesa, en la que sí se habló de migración y en donde Colombia reafirmó su condena a la invasión rusa.
Se demuestra, una vez más, que las relaciones entre países están ante todo determinadas por la necesidad de cada Estado de salvaguardar sus intereses. Y que estos nunca coinciden enteramente con los de otro gobierno. Colombia, por lo tanto, debe tener muy presente este precepto, lo que implica que también deba tener muy claros sus intereses y en su defensa no olvidar ese mismo sentido de pragmatismo.
Y es que el mantener una excelente relación con Estados Unidos no puede impedir que Colombia conserve una necesaria autonomía en su política exterior guiada por las prioridades del país.
Ser socio destacado de Washington debe servir para que esta condición se armonice con las necesidades del país en materia de seguridad nacional. En el caso de Venezuela, a Colombia le corresponde pedirle al gobierno Biden claridad sobre los alcances de sus os y aspirar a que si estos prosperan, puedan también ser favorables a nuestra nación. Dicho sea de paso, estos cambios también pueden conducir a flexibilizar algunas posturas, sin que esto signifique renunciar a banderas. Por ejemplo, volver a poner sobre la mesa el establecer unos mínimos canales de comunicación con Caracas, pensando en cómo esto beneficia a la gente.
Frente a estos vientos huracanados, es bueno confirmar que Colombia cuenta con un inmejorable aliado. Pero es bueno también tener claro cuál es el alcance de este vínculo y cuáles son sus límites.
EDITORIAL