No es sano ni recomendable el tono que han venido adquiriendo algunas campañas políticas. A seis semanas de los comicios de octubre, donde se elegirán alcaldes y gobernadores, entre otros, las noticias parecieran girar más en torno a recriminaciones personales y delicados señalamientos, que en propuestas que inviten a discusiones de interés para la ciudadanía.
Los resultados de este escenario de confrontación han dado para que ya haya candidatos que descarten asistir a debates públicos y para que otros aspirantes hagan notar el uso de estrategias de publicidad que apelan a las narrativas sin sustento, propias de una campaña sucia. Estamos en momentos muy delicados, con quejas de que hay estrategias de desprestigio, que no deben ser las armas políticas en el furor de la campaña.
En Medellín no se quedan atrás. La contienda en esa ciudad ha estado marcada también por recriminaciones entre los distintos aspirantes tanto para la alcaldía como para la gobernación. Las acusaciones van desde cometer actos de corrupción hasta relaciones con grupos criminales al margen de la ley. Y las redes y vallas se han convertido en el vehículo para expandir discursos de odio que afectan el ambiente electoral.
Hay que hacer un respetuoso llamado a candidatos y candidatas para no ensombrecer el ejercicio democrático que se avecina. La confrontación, el debate e incluso el reclamo por posiciones adoptadas en el pasado son propias en este tipo de contiendas, siempre y cuando se hagan con altura, que no rayen en lo penal y sin sustento alguno, caso en el cual debería acudirse a otras instancias.
La pugnacidad, la polarización, la ofensa personal ya tiene que ser una vieja página. La gente reclama de sus líderes propuestas concretas, sabiduría y entereza para atender los múltiples reclamos de sus comunidades y no un duelo permanente del que solo quedarán perdedores.
EDITORIAL