En medio de la desazón que causan tantas noticias sobre el deterioro del ambiente y las consecuencias de la crisis climática, saber que ya ruedan por las calles de Bogotá 655 buses eléctricos trae algo de alivio y esperanza.
La más reciente incorporación de este tipo de vehículos al Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) tuvo lugar a comienzos de esta semana, con 172 unidades, por cuenta del operador Mueve Fontibón, ganador de la licitación hecha en la istración anterior. Para final de año se espera que se llegue a 1.485 buses, consolidando a la capital como la segunda ciudad de Latinoamérica con más aparatos de esta índole, detrás de Santiago de Chile.
Es bueno y alentador mirar esta novedad a la luz de un pasado no muy lejano en el que la mayoría de buses de servicio público de la ciudad –incluidos varios de los articulados rojos– eran auténticas chimeneas. s, pero sobre todo peatones y residentes de zonas cercanas a vías troncales, padecían las consecuencias de este humo en forma de afecciones respiratorias, cuyas principales víctimas son los menores de edad. Hoy ya no circulan los buses chimenea –los últimos, del SITP Provisional, salieron de las calles en diciembre– y a cambio se cuenta con una flota que en su gran mayoría cumple estándares Euro V y Euro VI. Otra buena parte utiliza gas y ahora también está la eléctrica. Sin duda, algo se ha avanzado y hay que aplaudirlo.
Con todo, el optimismo tiene que tener polo a tierra. Para que se pueda seguir transitando por esta senda de mejoras es necesario, urgente, incluso, hallar soluciones para los problemas financieros que no dejan de acechar al sistema de transporte de Bogotá. Sea por la vía de los subsidios o de la renegociación de los contratos, dos de las opciones sobre la mesa, es necesaria una cirugía de fondo, pues estos avances de ninguna manera pueden tener marcha atrás.
EDITORIAL